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¿A quién le importa que la diosa Cura salió a caminar por el río y creó la humanidad?

En estos días en los que las espaldas de ciertas chaquetas se usan para indicar si a uno le importan o no le importan ciertos temas, cabe recordar que el debate sobre lo que a uno debe importarle o no, especialmente si el tema son otras personas, es tan antiguo como la humanidad misma, cuando alguien preguntó si acaso él debía preocuparse por su hermano.

Pero, en otro contexto, el “importarle” algo a uno, es decir, preocuparse por algo, o prestarle atención, o incluso admirar a algo, parece ser un elemento clave en lo que significa ser un ser humano. Así por lo menos lo revela una fábula (220) compartida por Higino, un escritor romano que vivió hace 2000 años.

Según la fábula, un día la diosa romana Cura (cuyo nombre no tiene relación alguna ni con sanación ni con los sacerdotes católicos) salió a caminar por el río, tomó un trozo de arcilla y decidió así formar a los seres humanos.

Le pidió entonces a Júpiter que le diese su espíritu a la nueva criatura y Júpiter así lo hizo. Surgió entonces una disputa sobre qué nombre se le daría a la nueva creación, ya que Cura quería darle su nombre por ser la creadora, Júpiter y la Tierra los suyos, por haber contribuido los materiales de la creación.

Los dioses entonces acudieron a Saturno, el dios más viejo, quien decidió que, cuando un ser humano muriese, Júpiter recibiría el espíritu, por haberlo dado para la creación, y la Tierra el cuerpo, por el mismo motivo. Y la criatura se llamaría “humano” (homo, en latín) por haber salido del suelo (humus). Pero ¿qué le correspondería a Cura, la creadora de los humanos?

En latín, “cura” significa cuidado, atención, solicitud, asunto u objeto de atención, inquietud, preocupación e incluso amor. (La palabra “care” en inglés se acerca bastante a la noción de “cura” en latín.)

Saturno (Cronos en griego, el dios del tiempo) determinó entonces que, por haber sido formado por Cura, el nuevo ser (nosotros) debe ser poseído por Cura cada día de su vida mientras viva. En definitiva, según la fábula, fuimos formados o creados de tal manera que vivimos cada día en un contexto de cuidado, atención, solicitud, inquietud, preocupación.

Alguien podría decir que las fábulas son fábulas y que, como tales, no merecen atención, mucho menos en nuestra época tecnocientífica, postmoderna, globalizada y narcisista.

Pero, como mínimo, esta fábula queda como testimonio que hace dos milenios se reflexionaba sobre la multidimensionalidad de la realidad humana, la temporalidad de nuestra existencia y el hecho que, mientras vivamos, viviremos impulsados por esa mezcla de inquietud, preocupación, atención, cuidado y amor.

Un contemporáneo de Higino, el poeta romano Ovidio, escribió Metamorfosis, explicando cómo los seres humanos podrían llegar a ser dioses si eran adoptados por un dios o una diosa. Casi dos milenios después, Frank Kafka escribió su Metamorfosis, explicando que nos estamos transformando en monstruos. Pero eso ya lo sabemos sin importar que audaz mensaje proclame nuestra espalda.

 

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