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¿Qué clase de reforma necesitamos para proteger a los niños estadounidenses?

¿Será verdad que en Estados Unidos hay por lo menos 650.000 niños nacidos en este país que se quedaron sin uno de sus padres, o sin los dos, por la deportación de sus padres? Por lo menos esa es la conclusión a la que llega Luis Zayas en un reciente artículo en la Revista de Cuidados Médicos para Pobres, publicada por la Universidad John Hopkins.

Según Zayas, por cada dos adultos indocumentados que se deportan, un niño estadounidense se ve afectado. Como durante los últimos diez años se deportaron a 1,3 millones de personas, Zayas concluye que en ese mismo período unos 650.000 niños se convirtieron en lo que yo denomino “huérfanos por deportación”.

Esos niños, dice Zayas, se ven obligados o a perder a sus padres o a mudarse a un país que probablemente no conocen. En uno u otro caso, las consecuencias para los niños son inevitables y su nivel de vida experimenta una sensible disminución después de la deportación.

Lo repito para que quede claro: 650.000 ciudadanos estadounidenses menores de edad sufren todo tipo de penurias por las actuales leyes inmigratorias. Ninguno de esos ciudadanos decidió nacer donde nació. Y por ser menores difícilmente hayan quebrado alguna ley. Sin embargo, son ellos quienes pagan las consecuencias.

Según Sandra Hernández, directora del Centro de la Familia en Colorado Springs, CO, la deportación de los padres produce un cambio en la salud mental de los hijos, incluyendo depresión, ansiedad, agresividad, problemas de concentración en la escuela, pesadillas y baja autoestima.

Con un número record de 390.000 deportaciones en el año fiscal más reciente (según un reporte publicado a principios de agosto pasado por la Oficina Policial de Inmigración y Aduanas), el número de niños afectados seguirá sin dudas creciendo.

Esto sucede a la vez que, según un nuevo reporte del Departamento de Salud de Utah, la salud de los hispanos (por lo menos en ese estado) ha mejorado notablemente en los últimos cinco años, especialmente en cuanto a la incidencia de enfermedades crónicas o contagiosas.

De hecho, parece que los hispanos gozan de mejor salud que los no-hispanos en relación con varias enfermedades, como ciertos tipos de cáncer y afecciones cardíacas.

Y a la vez, según Tim Wadsworth, profesor de sociología en la Universidad de Colorado en Boulder, la presencia de inmigrantes en las principales ciudades del país reduce la criminalidad. Wadsworth presentó su estudio en mayo pasado, confirmando análisis similares realizados en Harvard, en la Universidad de Nebraska en Kearney y en Arizona.

Pero hay un elemento más. Según un estudio del Centro Hispano Pew publicado la semana pasada, este año ingresaron a Estados Unidos menos de la mitad de los inmigrantes indocumentados que llegaban hace diez años (300.000 contra 650.000). Y un ocho por ciento de esos inmigrantes se fueron del país en los últimos dos años.

Quizá necesitamos más que nada proteger a los niños estadounidenses de las consecuencias de un sistema inmigratorio quebrado y entender que percepción (basada en desinformación) y realidad no siempre coinciden.

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