Cuando yo era niño y estaba aprendiendo a jugar ajedrez (excepto por lo movimientos, nunca aprendí, dicho de sea paso), un día me encontré jugando con otro niño y repentinamente se agruparon varias personas junto a la mesa, sin que yo supiese por qué. De hecho, se sonreían y hasta me animaban. Poco después, el misterio quedó resuelto.
Perdí esa partida, como tantas otras, y uno de los inesperados espectadores me miró y me dijo: âEstuviste a punto de ganar, pero no lo visteâ.
Según pude entender, me hubiesen bastado uno o dos movimientos para derrotar a mi adversario, pero nunca vi esas opciones y, por eso mismo, nunca las implementé.
Aquella historia (verdadera) regresó a mi mente tras el reciente encuentro con una persona que buscó mi opinión sobre un cierto tema. El pedido me intrigó porque, después de todo, esa persona asume que yo puedo aportar algo valioso al entendimiento del tema, pero no es así.
Sea como fuere, acepté escuchar la descripción del problema y, durante esa descripción, la mencionada persona repitió una y otra vez: âYo veo estoâ o âYo veo aquelloâ. Y luego llegó el turno de compartir mi âopiniónâ.
No opiné, sino que simplemente le pregunté: ¿Qué dejas de ver cuando ves todo lo que ves? ¿Qué no ves por enfocar tu vista en lo que ves?
Por ejemplo, la luz del sol es tan brillante que nos impide ver las estrellas. Eso no significa que las estrellas no estén allí o que sólo âaparezcanâ cuando el sol âdesapareceâ. Solo indica que la misma luz que nos permite ver ciertas cosas nos impide ver otras y solamente tomamos consciencia de esas otras cosas cuando la intensa luz disminuye o se bloquea (como en un eclipse).
Algo similar sucede cuando enfocamos toda nuestra âluzâ mental, nuestra energía mental, en un tema: todo lo que vemos lo vemos con claridad, pero, por eso mismo, dejamos de ver todo un universo del que el tema en cuestión forma parte.
Quizá por eso, en muchos casos, las mejores soluciones y las ideas más creativas surgen precisamente cuando no le estamos prestando atención a un tema. Por el contrario, concentrar toda nuestra energía mental en un solo punto puede ser contraproducente.
Desde una perspectiva similar, Hegel decía que lo conocido, precisamente por ser conocido, no es conocido. ¿Cuántos objetos hay en nuestras casas que vemos todos los días, que sabemos que están allí, y que, sin embargo, siguen siendo desconocidos? ¿Cuántos âconocidosâ hay en nuestras vidas que en realidad son perfectos desconocidos?
Aún más, ¿cuántas oportunidades de triunfar que estuvieron a nuestro alcance hemos desperdiciado por enfocarnos en lo que vemos (las piezas de ajedrez sobre el tablero, por ejemplo) en vez de ver lo que no vemos (a dónde podrían moverse esas piezas, por ejemplo)?
Por eso, por sólo ver lo que vemos, gran parte de la humanidad vive con frecuencia en âun futuro que nunca llegará a ser presenteâ, decía el poeta y teólogo alemán August Niemeyer.
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