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Project Vision 21

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¿Qué le dejaremos a las generaciones futuras con nuestros ojos cerrados al futuro?

Con su humor característico, Mark Twain alguna vez preguntó: “¿A quién le vas a creer, a mí o a tus mentirosos ojos?” Y, aunque llena de comicidad, la pregunta de Twain no es tan inocente como parece porque, después de todo, vemos con el cerebro, no con los ojos.

Anais Nin expresó un pensamiento similar al decir que “No vemos las cosas como son. Vemos las cosas como somos”. Y ese pensamiento ha sido comprobado una y otra vez por numerosos estudios que demuestran que, más allá de lo que nos llegue a la retina, circunstancias externas y procesos internos limitan y alteran lo que vemos y lo que entendemos.

En definitiva, vemos desde el pasado, pero vivimos en una época en la que el futuro ya no es continuidad del pasado. Y vemos desde nuestros prejuicios y desde nuestra ignorancia, por lo que, aún con buenas intenciones, se nos escapa la realidad.

Bien sabía Twain que nuestros propios ojos nos engañan y bien sabía Nin que sólo nos vemos a nosotros mismos incluso cuando creemos que vemos las cosas. Y no se trata de un idealismo o de un solipsismo (aunque podría serlo), sino de algo más práctico, como ser uno mismo la medida de todas las cosas, como ya lo enseñaba Protágoras.

Por eso, ya desde la antigüedad, se nos instaba a reflexionar sobre nuestras propias ideas y creencias, a reconocer los límites de nuestro conocimiento, saber que no sabemos nada (Sócrates), a entender que mucho y quizá todo lo que creemos que sabemos es simplemente repetición de algo que nos dijeron o que escuchamos y que en realidad nunca hemos pensado o analizado por nosotros mismos.

Como consecuencia, seguimos encerrados dentro de una paradójica realidad en la que el encierro significa que deambulamos sin rumbo fijo, como el barco sin timón llevado por el viento en medio el mar o como el césped que se mueve para un lado o para el otro según la dirección de la brisa.

Aún peor, estudio tras estudio indica que luego pasamos esas mismas limitaciones e incertidumbres a la siguiente generación, sin entender que esa generación, por el futuro (transhumano) que le espera, enfrentará desafíos y situaciones más difíciles y complicadas que las que nosotros jamás enfrentamos o soñamos. Dicho de otro modo, nuestro legado para las generaciones futuras es quitarles ese futuro.

De hecho, según recientes estudios, los tres “elementos” que con mayor frecuencia los hijos heredan de sus padres son depresión, inseguridad (de uno mismo) y pobreza (en un sentido material y financiero). No resulta entonces extraño que en varios lugares del mundo “civilizado” el suicidio haya superado a los accidentes automovilísticos como la principal causa de muerte de niños y jóvenes de 10 a 24 años.

Es verdad que nuestro cerebro paleolítico y nuestras instituciones medievales de poca ayuda nos resultan en el contexto tecnológico actual (Edward Osborn Wilson, biólogo estadounidense). Por eso, ya es hora de dejar de creer en nuestros ojos mentirosos y ver la realidad.

 

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