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¿Qué pasa cuando reducimos la velocidad de la vida y comenzamos a observar?

Francisco Miraval

Se dice que deberíamos dejar de vivir para trabajar y comenzar a trabajar para vivir. Pero, aunque la segunda opción aparenta ser un poco mejor que la primera, ambas conectan y contraponen la vida con el trabajo, como si fuese un inevitable rompecabezas que debemos resolver. Pero existe otra alternativa, la de vivir para vivir.

Esta tercera alternativa, impensable en el contexto de un capitalismo extremo y deshumanizante (pero precisamente por eso necesaria), resulta difícil de ver debido a la velocidad con la que vivimos nuestras vidas (o lo que quede de ellas).

Recientemente, por ejemplo, me encontré con una persona muy exitosa en su ámbito de trabajo, con numerosos reconocimientos y premios nacionales e internacionales, y con continuos viajes a los más interesantes lugares del mundo. Pero, me dijo, esa vida de constantes actividades, sin descanso, viene con un alto precio: la pérdida de la familia, los amigos y hasta la salud.

Esta persona, que disfruta de un nivel de vida que muchos de nosotros ni siquiera soñamos que existe, me expresó que su mayor deseo es el de simplemente “ir más despacio” en la vida, con la esperanza que, de esa manera, pueda llegar a “rehacer” su vida, es decir, reconectarse con su familia, comenzar a tener amigos y hasta establecer nuevas relaciones interpersonales a largo plazo.

A pesar de ese deseo, su vida se reduce a una interminable serie de actividades, reuniones, viajes y eventos que, en definitiva, poco o ningún lugar dejan para la vida. En definitiva, esta persona quedó atrapada dentro de un torbellino del que no puede salir y que, por su velocidad, no le da tiempo ni para disfrutar de la vida ni para pensar en alternativas.

¿Qué pasaría si esta persona realmente tuviese la oportunidad de ir más despacio? Permítaseme responder con una pequeña historia. Hace ya muchos años, mi carro se descompuso y, por el lugar en el que yo estaba y por otras circunstancias, no tuve otra opción que regresar caminando a la casa, un largo recorrido de varios kilómetros.

Conozco muy bien ese recorrido, pero nunca hasta ese día lo había hecho caminando, sino en el carro. Y algo que descubrí es que las cosas se ven muy distintas cuando se las mira dentro de un vehículo a 60 kilómetros por hora que cuando se las mira caminando lentamente. De hecho, al caminar uno descubre muchas cosas. 

Al ir despacio, el camino habitual se transformó en algo diferente, con hermosos jardines en un lugar y acumulación de residuos en otro, algo que yo nunca había visto al conducir por esos mismos lugares. Y además había negocios a los que antes yo no había prestado atención.

Reducir la velocidad me permitió descubrir cosas antes ignoradas. ¿Qué pasaría si pudiésemos tomar distancia de nuestra vida salvajemente vertiginosa y verla en cámara lenta? De otra manera, ¿qué pasaría, entonces, si reducimos la velocidad de la película de nuestra vida?

Descubriríamos que la película no existe: la hemos creado nosotros en nuestra mente. 

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