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¿Qué tienen en común la mente y los paracaídas?

Francisco Miraval

¿Qué tienen en común  la mente y los paracaídas? La respuesta (como se ha repetido tantas veces) es obvia: sólo funcionan cuando se abren. Una mente cerrada es tan inservible como un paracaídas cerrado. ¿Pero qué pasa si la mente o el paracaídas se abren demasiado? Entonces, como queda claro, tampoco funcionan.

Más allá de la metáfora, ya en 1987 en su libro The Closing of the American Mind, el filósofo estadounidense Allan Bloom (1930-1992) explicaba que la “apertura” propuesta en las universidades lleva paradójicamente al “cierre” de la mente al socavar (y, agrego yo, prácticamente eliminar) todo intento de pensamiento crítico.

Una de las consecuencias de esa mentalidad cerrada (por más que se proclame su apertura) es la falta de diálogo, ya que todo se reduce a repetir lo que ya se ha dicho, a evitar todo tema (supuestamente) polémico (religión, política, deportes), y a hablar sólo de cosas superficiales, efímeras, pasajeras y sin importancia.

Para la mente cerrada, incluso enumerar los temas que uno quisiera analizar es una ofensa, una muestra de insensibilidad, un ejemplo de desconocimiento supremo de la realidad, una exhibición de desdén para con aquellos que pueden tener una opinión distinta o contraria a la que uno tiene (como si la cerrazón mental dejase tener opiniones propias.)

Debido a que estas columnas siempre han buscado generar un diálogo entre distintos puntos de vistas, y debido a que ese diálogo, como ya lo advertía Bloom, es cada vez más difícil y hasta irrelevante, en vez de hablar de aquellos temas que con frecuencia abordamos en este espacio, me permito hablar simplemente de cosas sin importancia.

Un día de la semana pasada comí empanadas argentinas. Al día siguiente comí sushi estilo japonés. Y un día después, ensalada rusa. Además, un día leí textos bíblicos, pero al día siguiente me enfoqué en textos budistas y después en textos marxistas.  Aunque todo estuvo muy bien, las empanadas y las meditaciones budistas son lo que más me gustaron.

Además, hablé con un artesano mexicano experto en cartonería, quien me explicó cómo y por qué realiza las creaciones que él realiza y lo que esas obras significan para él. Y luego hablé con una psicóloga que se especializa en ayudar a personas que ayudan a otras personas y ella me explicó cómo y por qué ella ayuda a personas que ayudan a otras personas.

Hasta ese momento, poco es lo que yo sabía de cartonería mexicana o de fatiga de compasión entre proveedores de servicios a personas carenciadas.

Y un día, por el calor, estuve en una piscina pública, donde aproveché a leer un libro sobre por qué ser ateo. Luego, de regreso en la casa, leí otro libro sobre la espiritualidad del universo. Y al día siguiente visité un museo de arte.

Ahora que me doy cuenta, en mi ansiedad de mantener una mente abierta, he hecho varias cosas tan contradictorias que quizá mi mente, como un paracaídas inservible, se ha abierto tanto que ya no puedo evitar mi caída.

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