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¿Seguimos teniendo amistad y libertad en nuestro mundo devaluado?

Con esta columna se cumplen seis años desde que nos dimos a la tarea, solitaria y a la vez pública, de escribir un comentario semanal y distribuirlo, siempre gratuitamente, a todo el que quisiera leerlo o publicarlo. Vaya pues nuestro sincero agradecimiento a todos nuestros lectores y a los editores que hacen posible este diálogo.

Muchas cosas han cambiado desde el 2003, pero creo que una de las más notables es que ahora vivimos en la transición hacia un nuevo modelo de país, en el que viejos paradigmas ya no funcionarán y en el que nuevos valores surgirán y se impondrán.

A su vez, este nuevo modelo de país es posible sólo en el contexto de este mundo globalizado, tecnologizado y post-modernizado, que cada día nos desafía y sorprende con sus paradojas y auto-contradicciones, su falta de dirección  y su redefinición de palabras y estructuras que hasta hace poco tiempo no necesitaban redefinirse.

Piénsese, por ejemplo, en dos importantes palabras que han adquirido nuevas definiciones que, para quienes aún estamos mentalmente “estancados” en épocas pasadas (o por lo menos de eso se nos acusa) parecen no solamente inapropiadas sino incluso una total distorsión del concepto original.

En el pasado, “amigo” era aquella persona, que, sin ser necesariamente de la familia, formaba parte de nuestra vida mental y emocional, y, por su sola presencia (cercana o a la distancia) nos hacía sentir mejor y en cierta manera nos impulsaba a ser mejores.

“Amigo” no era cualquiera, sino solamente aquellos con quienes compartíamos una parte de nosotros mismos y quienes a su vez compartían con nosotros una parte de ellos. Por eso ya decía Aristóteles que el verdadero amigo es “una sola alma en dos cuerpos”, enfatizando la innegable conexión existencial de la verdadera amistad.

Ahora, sin embargo, “amigo” es simplemente alguien a quien agregamos a nuestra lista de teléfonos en el celular, por lo que las empresas telefónicas tienen “planes para amigos y familiares”. O, peor aún, ahora se llama “amigo” a quien incorporamos a nuestra página en alguna red social en Internet, que automáticamente avisa que “Fulano ahora es amigo de Zutano”, como si la amistad fuese el resultado de algo tan sencillo como pulsar un par de enlaces en Internet.

Pensemos en la palabra “libertad”. La semana pasada vi un documental producido en Argentina sobre qué significa “libertad” para las generaciones actuales, aquellas nacidas luego de los trágicos años de la dictadura militar en las décadas de los años setenta y ochenta.

Para estas generaciones, “libertad” significa, según el documental, el tener el derecho a divorciarse, al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, a usar marihuana sin restricciones, y a practicar el nudismo.

Ninguno de los entrevistados contrapuso “libertad” a “esclavitud” ni exploró la posibilidad de que quizá “libertad” sea más que modificar ciertas leyes para que ahora sea legal hacer ciertas cosas que antes no lo eran.

La devaluación de las nociones de amistad y de libertad nos lleva inexorablemente a vivir una vida también devaluada.

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