Menu
header photo

Project Vision 21

Transforming lives, renewing minds, cocreating the future

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.

“¡Voy para arriba! ¡No entre!"

Francisco Miraval

Hace pocos días tuve que ir a un edificio que tiene el estacionamiento en el sótano. Tras estacionar mi carro, me dirigí al elevador ya que tenía que ir desde el sótano a una oficina en el piso más alto del edificio. Llamé al elevador y poco después sus puertas se abrieron.

“¡Voy para arriba! ¡No entre!”, me dijo un hombre, con su brazo izquierdo totalmente extendido, la palma de la mano perpendicular al piso y los cinco dedos separados, en un claro gesto que no estaba dispuesto a compartir el viaje hacia arriba. Y tan pronto como las puertas se abrieron, se volvieron a cerrar.

Dos minutos después, el elevador regresó, esta vez vacío, y puede llegar sin problemas a la oficina a la que yo me dirigía. Pero el incidente me dejó pensando. ¿Qué habrá querido decir realmente el hombre con esas palabras y ese gesto?

Aunque lo vi solamente por un momento, creo que estaba vestido con el uniforme de una conocida empresa de entrega de paquetes. Quizá tenía que completar una entrega y estaba apurado. Quizá el ascensor estaba lleno de paquetes y no había lugar para mí. O quizá simplemente no quería mi presencia o mi compañía, ni siquiera por unos pocos pisos.

Lo interesante del caso es que, como yo estaba en el sótano del edificio, el elevador sólo podía ir para arriba. Por eso, la frase “¡Voy para arriba!” me pareció totalmente innecesaria, ya que no había ningún otro lugar para ir. A menos, claro, que la verdadera intensión fuese decir “Yo voy para arriba, pero tú no, no por lo menos en este viaje. No junto conmigo.”

La fugacidad del encuentro no me permite saber con certeza si ese fue el significado que el hombre en cuestión quiso darle a su frase tan enfática.

Pero, sea como fuere, es una actitud que, palabras más o palabras menos, encuentro con frecuencia en ciertas personas que, al cambiar de nivel socioeconómico o de situación inmigratoria, se apresuran a cerrar las puertas para que otros no sigan subiendo.

“Yo voy para arriba. Tú te quedas allí donde estás, en lo más bajo de todo. Y si quieres subir, hazlo solo. Yo ni te abro la puerta ni te acompaño”, parecen decir muchos que antes no tenían nada de lo que tienen ahora y que, por tenerlo ahora, ya se creen con el derecho de cerrarle las puertas a otros.

Contrasto esa situación en un edificio de Denver con lo que me sucedió recientemente en el elevador de la Catedral Nacional en Washington D.C. Cuando el elevador se abrió para ir a visitar las torres de esa catedral, alguien mantuvo la puerta abierta y constantemente invitó a otros a subir, diciendo “Vamos para arriba y todavía hay lugar”, hasta que literalmente ya no hubo lugar para más personas.

Me pregunto si yo mismo soy el hombre en el elevador del edificio de oficinas o el hombre en el elevador de la catedral. Quizá soy (somos) ambos.

Go Back