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“Malas” estudiantes me enseñaron buenas lecciones

Francisco Miraval

Recientemente, dos estudiantes llegaron tarde a una clase que enseño por la mañana. Y no se trató sólo de la tardanza, sino que ambas estudiantes estaban vestidas de fiesta y claramente cansadas. De hecho, prácticamente dormitaron durante la primera mitad de la clase y luego, antes de que comenzase la segunda mitad, simplemente se retiraron.

Debo confesar que la situación  me disgustó, no tanto porque llegaron tarde, sino por la clara indicación de que la clase no les importaba y que, en mi opinión, su prioridad era pasar una noche de fiesta (¡en medio de la semana!) en vez de venir a estudiar.

Me propuse hablar con estas dos estudiantes en la clase siguiente, pero no asistieron, confirmando así mis sospechas que, como en tantos otros casos, una vida de diversión les resultaba más atractiva que cualquier compromiso con el estudio.

Después de todo, me dije, ¿qué se puede esperar de estudiantes universitarios inmigrantes o hijos de inmigrantes que son los primeros en su familia en ir a la universidad? Además, los jóvenes actuales están continuamente siendo presionados, por lo que necesitan alguna manera de aliviar esa presión. Por eso, si estas muchachas quieren divertirse y faltar a un par de clases, ¿qué tiene eso de malo?

Ciertamente, no es común que dos alumnas lleguen temprano en la mañana a un aula universitaria con vestidos de fiesta y casi dormidas. Pero en la época en la que nos toca vivir, pocas cosas, por menos comunes que sean, resultan sorprendentes.

Sea como fuere, me quedó claro que estas dos muchachas tenían problemas con las prioridades de su vida, o por lo menos problemas para adaptarse a la vida de la universidad. ¡Y quién sabe que estarían haciendo en su vida personal! Pero, siendo “bueno”, decidí darles una segunda oportunidad y les envié un mensaje electrónico con instrucciones para que pudiesen recuperar las tareas que no habían realizado.

La respuesta de una de estas estudiantes me sorprendió. Ella y su amiga, me explicó la estudiante, provienen de un cierto país de Asia y esta es la primera vez que estas jóvenes están separadas de sus familias por tanto tiempo y a tanta distancia. Quizá por eso, aún siguen en contacto casi permanente con su familia, a pesar de las 14 horas de diferencia horaria entre donde viven las jóvenes y donde viven sus familiares.

Tan cercano es ese contacto, que cuando las familias en Asia organizaron una celebración comunitaria, las dos muchachas tuvieron que asistir a la fiesta, no en persona sino por medio de una conexión con video. Y, a pesar de la diferencia horaria, tuvieron que vestirse de fiesta y comer la comida apropiada de su país de origen para esa celebración. Tras cumplir con sus familiares (lo cual significó permanecer casi toda la noche despiertas), vinieron a mi clase.

Me sentí mal por haberlas juzgado indebidamente. Lejos de ser malas estudiantes, resultaron ser buenas hijas. Me enseñaron la lección que yo siempre proclamo, la de no juzgar a nadie.

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