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Confundir el mapa con el territorio significa simplemente no saber

Me gusta ese ejercicio mental, presentado muchas veces y de muchas maneras, en el que alguien, digamos un hombre, conoce todo sobre los colores. Por ejemplo, el hombre en cuestión sabe la longitud de onda de cada color y puede anticipar el impacto psicológico que cada color tendrá en la persona que lo mire.

Pero (y en esto consiste este experimento mental) el hombre que tanto sabe sobre los colores ha vivido toda su vida dentro de una habitación totalmente oscura, sin jamás haber visto un solo color. Entonces, ¿cuánto realmente sabe de los colores si jamás experimentó un color? 

Ese ejercicio y otros similares buscan separar el conocimiento proposicional (ese que se adquiere, por ejemplo, leyendo libros o asistiendo a clases) del conocimiento experiencial (o, mejor, existencial, que sólo se adquiere vivenciando lo que se quiere saber.)

Por ejemplo, no se aprende a nadar leyendo libros de natación. Sólo se puede aprender a nadar nadando en el agua. Todo lo que uno sepa de natación (historia, estadísticas, estilos, etc.) de nada sirve en el momento de nadar. Y tampoco se aprende a conducir un carro memorizando el manual del usuario del carro.

Dicho de otro modo, como lo sugiere más de una vez Anthony De Mello en El Canto del Pájaro, nadie se embriagará por leer en el diccionario la definición de “vino” ni nadie acrecentará su cuenta bancaria por aprender a definir “salario”.

En ese mismo libro, y usando sus siempre poderosas historias, De Mello sugiere que es mejor no darle un “mapa” (conocimiento proposicional) a quien en realidad necesita una experiencia (conocimiento existencial) para su vida, porque se corre el riesgo de que alguien crea que, por conocer el mapa, ya ha tenido esa experiencia.

Esa advertencia cobra una nueva urgencia en nuestra época en la que todos se creen “expertos” en colores, aunque jamás en su vida hayan visto uno. Y aunque tal afirmación es absurda, otros ejemplos más cotidianos ilustran el punto que buscamos subrayar, como el caso de que alguien, tras ver un video en YouTube, ya se cree un agente de bienes raíces o un asesor financiero.

En ese contexto, de nada sirve ser realmente un experto (es decir, haberle dedicado tiempo y recursos tanto a conocer como a practicar ese conocimiento), porque repentinamente todos se creen expertos en todo, al confundir el acceso a información como conocimiento o, peor aún, con sabiduría. 

Y en lo más bajo de esa escala de confusión yo ubico a aquellos quienes, al presentárseles un tema de conversación, comienzan su respuesta con “Sí, ya sé. Lo vi en una película”. Es como tener una copia de una copia de una copia del mapa original y, por eso, creerse un auténtico explorador. 

Sea como fuere, en esta época de cambios profundos, repentinos e irreversibles, cuando incluso nuestra propia existencia futura como humanidad está en duda, necesitamos no solamente conocimientos, sino sabiduría. Y eso no se adquiere leyendo un diccionario, mirando un video o buscando la respuesta en Google. 

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