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Crece la distancia existencial entre el primer humano y el último humano

Recientemente me hijo me compartió una cortísima historia, hallada en uno de los tantos sitios de Internet dedicados a ese tema, que en sólo diez palabras cuenta un cuento completo y deja una enseñanza:

“¡Ayúdame!, dijo el último humano. “¡No!”, respondió inmediatamente el primero”. 

Esa es toda la historia, la de la conexión, o, mejor dicho, la falta de conexión, entre el primer humano y el último, excepto por un breve diálogo, monosilábico, para pedir y rechazar ayuda. Pero ¿quién ese ese “último humano” que pide ayuda? ¿Y quién es el primer humano que la niega?

En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche nos presenta su versión del “último humano” (es decir, nosotros). El último humano perdió la capacidad de crear y solamente se dedica a consumir lo que sea para satisfacer sus placeres más bajos, apta y perpetuamente escondidos tras un manto de decencia y legalidad. 

El último humano puede tenerlo todo sin ser feliz porque perdió la capacidad de transformarse a sí mismo. No puede ser otra cosa diferente a lo que ya es y, por eso, vive una vida miserable, no en el sentido de carencia de bienes materiales, sino de sentido y significado de la vida. 

Como bien dice Byung-Chul Han, el último humano (nosotros) se explota a sí mismo y a eso llama felicidad. El último humano internaliza al opresor y pide ayuda para ser libre de su propia inocuidad e insignificancia. Pero en realidad no quiere ni puede cambiar. 

Pero ¿quién es el primer humano? Entre los antiguos relatos de los hebreos y, de manera diferente, pero concordante, entre los griegos, el primer humano no era un ser humano como el que nosotros vemos a diario, sino un ser cósmico, consciente de su espiritualidad y en perpetua conexión con la infinita luz del universo (o de la deidad, si se prefiere.)

Podría decirse, si se nos perdona la excesiva simplificación, que el primer humano era un humano multidimensional, opuesto al “humano unidimensional”, perfectamente descripto por Herbert Marcuse en su conocido libro sobre el tema. 

Por su consciencia expandida, el primer humano no se aferra ni limita a placeres, deseos, o tecnologías. Por su parte, el último humano no hace otra cosa que encerrarse dentro de sus deseos y de sus artefactos tecnológicos. 

El primer humano, enseñan las antiguas historias, convive con el universo y es inseparable del universo. El último humano sólo convive con una imagen de sí mismo, separado de sí mismo, de los otros y del universo. 

Por eso, el último humano pide ayuda, pero en realidad no quiere recibirla porque, de hacerlo, le costaría todo. Y el primer humano no da ayuda porque sabe que a veces la mejor manera de ayudar es no hacerlo. 

Pero entonces, ¿cómo se supera esa situación en la que el último humano no sale de su encierro y el primer humano no puede ayudar? En este contexto, y dicho con muchísimo cuidado, quizá la idea de un transhumano (ni alfa ni omega) comience finalmente a tener sentido. 

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