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El kopimismo me parece cada vez más atractivo

Francisco Miraval

Me pregunto cuánta frustración uno puede aceptar antes de reaccionar y responder de una manera que uno no quisiera. Y me pregunto qué alternativas existen a una reacción inapropiada.

Hablemos primero de las frustraciones. Recientemente conversé con una joven madre hispana, nacida en Estados Unidos, quien me dijo que una de sus profesoras en una universidad en Denver a propósito e inmerecidamente le dio bajas calificaciones porque, en opinión de la docente, una joven madre hispana jamás terminaría una carrera universitaria.

Tanto fue el impacto de esas bajas calificaciones que la joven madre debió cambiarse de universidad para continuar con sus estudios. Tras unos pocos meses sin estudiar para concentrarse en su pequeña hija, esta madre, contrariamente a lo que le había dicho la profesora, completará este año su carrera universitaria.

Al contarme la historia, en su rostro y en su voz se reflejaban la frustración de no poder sacudirse el mal momento vivido, incluyendo la humillación frente a sus compañeros de clase, y de no poder mostrarle a la profesora en cuestión cuán equivocada estaba.

Esta historia no es una excepción. Por el contrario, se repite diariamente en escuelas, lugares de empleo, organizaciones y agencias de todo el país. En todos esos lugares, siempre existe alguien en posición de “autoridad” que se atribuye el derecho de decidir el futuro de otra persona sin otra base que los estereotipos del supuesto “experto”.

Por ejemplo, recientemente mi hijo, que está a punto de completar sus estudios de la escuela secundaria, realizó sus pruebas de orientación vocacional y tuvo un par de conversaciones con uno de los consejeros de la escuela.

Tras revisar las calificaciones de mi hijo (que no son perfectas, pero ciertamente no son malas), y tras enterarse de que era hijo de inmigrantes hispanoparlantes, el consejero le sugirió a mi hijo que estudie para ser mecánico de motocicletas, porque, en su opinión, eso es a lo que “nosotros” nos dedicamos. (Mi hijo quiere ser músico y escritor.)

No hay de malo en ser mecánico. De hecho, no es ese el tema. Además, a pesar de todos mis estudios y experiencia, siempre necesito de un buen mecánico. El problema es creer que porque una persona o sus padres pertenecen a un cierto grupo social, esa persona debe dedicarse a una única tarea previamente definida por los “expertos”.

¿Cuánta frustración, discriminación, racismo y estereotipos puede uno soportar antes de reaccionar de una manera quizá problemática? ¿Cuántas veces podemos aceptar que nos cierren la puerta en la cara simplemente por ser quienes somos?

Tanta es mi frustración que estoy considerando convertirme a la Iglesia del Kopimismo, una nueva religión recientemente reconocida como tal por el gobierno de Suecia. El kopimismo cree que la información es sagrada y que compartirla es un acto sagrado. Para los kopimistas, compartir información es un acto de adoración porque multiplica el valor de la información.

Quizá el kopimismo nos ayude a compartir información con aquellos que aún nos ven con los lentes de prejuicios obsoletos e inaceptables.

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