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Especulaciones infundadas poco ayudan en tiempos de crisis

Francisco Miraval

Recientemente compartimos en esta misma columna algunos ejemplos de los “curiosos” comentarios que personas hicieron en las redes sociales tras el eclipse de sol sobre el territorio estadounidense, incluyendo la inminente llegada de extraterrestres. Tras los recientes huracanes, los comentarios ahora se inclinan por el inminente fin del mundo.

Este planeta (para no hablar del universo mismo) ha pasado por todo tipo de cambios desde hace 4.500 millones de años, incluyendo numerosas catástrofes. Por ejemplo, hace unos 65 millones de años (millón más, millón menos), un meteorito, se dice, terminó con los dinosaurios. Y desde entonces ha habido todo tipo situaciones naturales que llevaron a la vida al borde de la extinción.

Pensemos, por ejemplo, en el final de la más reciente edad de hielo global hace unos 12.000 años, cuando inmensos glaciares, que ocupaban gran parte de ambos hemisferios, se derritieron, provocando un aumento del nivel del mar en todo el mundo y, entre otras consecuencias, creando los Grandes Lagos (entre Estados Unidos y Canadá).

Y, además de inversiones en los polos magnéticos, ha habido choques de continentes (así se formó el Himalaya), numerosísimas erupciones volcánicas e incontables tormentas, terremotos, inundaciones e incendios. Continentes desaparecieron, especies perecieron y humanos murieron. Pero la vida continuó y continúa hasta hoy.

Creer, por lo tanto, que lo que sucede ahora es algo que nunca sucedió antes es desconocer la historia del planeta. Siempre han sucedido catástrofes en la tierra y el hecho que hoy las padezcamos nosotros simplemente quiere decir que estamos en este planeta. No hace falta acudir a ninguna profecía para anticipar huracanes o terremotos.

Pero esta vez, al contrario de lo que quizá podría haber sucedido en el pasado, ya no hay donde esconderse, no quedan lugares a los que podamos huir, y un desastre natural en cualquier lugar el mundo nos afecta a todos.

Un maremoto en Japón contamina con radiación la costa oeste de Estados Unidos. Un volcán en el Atlántico norte provoca cambios en los vuelos de los aviones. Y no nos olvidemos de las inundaciones en Bangladesh, o los incendios forestales en Australia, o la insoportable ola de calor en Europa.

Porque vivimos en un mundo globalizado y tecnologizado, las catástrofes ahora se transmiten en directo, casi como si fuesen un espectáculo divertido, pero por eso mismo descontextualizadas no sólo del pasado (como si nunca hubiesen sucedido antes), sino también del presente.

Sea cual fuere la opinión que uno tenga sobre el cambio climático, sus causas y sus consecuencias, pocas dudas quedan que los seres humanos estamos transformando al planeta. Pero volver al pasado es imposible. Y, si no asumimos nuestra responsabilidad y hacemos algo, tampoco habrá un futuro para construir.

En definitiva, la verdadera catástrofe no es un planeta en el que se forman cuatro huracanes seguidos, con terremoto añadido, sino un planeta en el que la especie dominante, supuestamente “inteligente” se niega a dialogar con el planeta. Después de todo, nuestros primitivos cerebros de cazadores-recolectores de poco sirven en esta autodestructiva época trans-humana.

 

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