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Estereotipos, miedos impiden el diálogo y las buenas relaciones

Recientemente visité un importante grupo empresarial en Denver, a dónde acudí invitado por uno de los directores para conversar sobre los programas educativos y comunitarios que ofrece mi organización. Pero no pude tener esa entrevista, debido a que la recepcionista no creyó que ése era el propósito de mi visita.

De hecho, la recepcionista me hizo preguntas sobre mi situación inmigratoria y sobre la razón de mi presencia en su oficina. No me creyó ni cuando le dije que desde hace muchos años soy ciudadano estadounidense ni cuando le comenté que yo había sido invitado a dar una presentación.

Pocos días después, asistí a una reunión en una conocida empresa de Denver para la que realizo algunos trabajos. Como el encuentro tuvo lugar después del horario de oficina, fue necesario informarles a los guardias de seguridad de mi presencia para que abriesen la puerta, cosa que se negaron a hacer.

Traté de explicarles que yo era parte del equipo de trabajo que había organizado la reunión. Como respuesta, llamaron a un traductor para que me explique en español que yo no debería estar allí. De manera interesante, todo el diálogo anterior había sido en inglés sin que existiesen problemas de comunicación.

Los ejemplos, propios y ajenos, podrían multiplicarse, incluyendo comentarios discriminatorios que recientemente escuché en un servicio religioso en inglés al que asistí debido a que se me ocurrió hablar en español con miembros de mi familia.

Estos ejemplos demuestran que la discriminación, la intolerancia y los prejuicios siguen vigentes y creo que hasta se han acentuado, al punto que para ciertos grupos los parece imposible y les resulta inaceptable que haya hispanos empresarios invitados a participar en eventos en prestigiosas organizaciones.

¿Por qué siguen existiendo esas actitudes si a la vez existen tantas formas de comunicarse y cuando existe una evidencia tan clara de los rápidos cambios demográficos en Estados Unidos? Entre las numerosas respuestas posibles elijo sólo una, la que provee George Barna en su libro La generación desilusionada.

Según Barna, sólo el 28 por ciento de los adultos estadounidenses considera que la comunidad en la residen es “importante para sus vidas”. A su vez, dos de cada tres adultos sostiene que se debe ayudar o pedir ayuda sólo a familiares directos y amigos personales. Y menos de la cuarta parte de esos adultos acude a creencias religiosas o valores tradicionales como fuente de inspiración para decisiones importantes.

Si la comunidad no es importante, si las enseñanzas tradicionales no tienen lugar en nuestra vida, y si solamente interactuamos con los que son como nosotros (amigos y familiares cercanos), entonces quizá no nos hayamos enterado que en el mundo existen personas que no son como nosotros.

Y cuando nos encontramos con esas personas, como carecemos de un parámetro adecuado de interacción en un contexto de diversidad étnica, lingüística y cultural, no vemos a esas otras personas sino solamente al estereotipo que tenemos de ellas.

El encierro lleva al miedo y el miedo exacerba los estereotipos e impide el diálogo.

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