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Globalización, identidad y futbol en ruso y árabe

La semana pasada un familiar cercano me comentó que estaba en contra de la globalización y agregó que haría “todo lo posible” para oponerse a la nueva realidad mundial como una manera de mantener su identidad y de colaborar a mantener la identidad de su país.

Le pregunté entonces cuál era la identidad de su país. Su respuesta fue clara y contundente: “Ninguna. Todavía la estamos buscando”.  De una manera típica de nuestra época post-moderna en la que todas las respuestas son válidas, mi familiar aparentemente no notó la contradicción entre su primera y su segunda afirmación.

Por un lado, afirma que la globalización le quita la identidad. Por otro lado, afirma que no tiene ninguna identidad, ni él ni su país. Debo aclarar que tales pensamientos no provienen de un académico, sino de un observador de la vida que ha vivido y trabajado en varios países.

Sea como fuere, y a pesar de la contradicción no notada, es cierto que existe una relación entre identidad y globalización. Y es cierto que en la época en la que nos toca vivir, las grandes instituciones de la modernidad (escuelas, universidades, hospitales, gobiernos, naciones) deben redefinirse frente a los desafíos de la post-modernidad.

Esa búsqueda, esa percepción del ya no ser los que antes éramos pero todavía no saber quiénes somos ahora, esa incertidumbre de vivir en la coyuntura donde no hay definiciones, puede fácilmente entenderse como una falta de identidad o incluso como un ataque a nuestra identidad.

Lo que creíamos que era de una manera y que siempre sería así ya no lo es. Hace pocos días, por ejemplo, se publicó una historia en la que se comentaba que Estados Unidos ya no es el país con más rascacielos ni con los rascacielos más altos, ya que China lo ha superado en ambas categorías.

La globalización ha hecho que la imagen que tenemos de otros y de nosotros mismos vaya cambiando constantemente. Y ese cambio ya no depende de nuestros gustos, deseos o voluntad.

Un claro ejemplo es la decisión de la FIFA de adjudicar el Mundial del 2018 a Rusia y el del 2022 a Qatar, en lugar de decidirse por países con una fuerte tradición futbolística. Con su decisión, la FIFA parece decir que el futuro es más importante que el pasado y que las barreras políticas, religiosas e idiomáticas ya no lo son.

¿De qué otra manera se puede explicar que el organismo rector del deporte más popular del mundo elija realizar el mayor evento deportivo del planeta en lugares que carecen del fervor y la infraestructura futbolística de la que gozan otros países?

Creo que a mi familiar no le gusta la globalización porque, como lo muestra el ejemplo de la FIFA, la globalización es una posible señal de la decadencia del predominio de la civilización occidental, algo a lo que nos habíamos acostumbrado durante los últimos cinco siglos.

Quizá sea hora de estudiar la historia para entender el futuro que les dejaremos a nuestros hijos.

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