Menu
header photo

Project Vision 21

Transforming lives, renewing minds, cocreating the future

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.

La disputa no es entre realidad y fantasía, sino entre sentido y sinsentido

Durante muchos años, en el marco de mis estudios en filosofía, teología y religiones comparadas, me enfoqué en entender la diferencia entre realidad y fantasía, entre lo que es y lo que parece ser, entre lo que se muestra y lo que ilusiona. Y aunque esos esfuerzos fueron sinceros y académicamente válidos, y a pesar de los resultados logrados, también fueron insatisfactorios.

La razón es, podría decirse, bastante sencilla: distinguir entre realidad y fantasía significa estar predispuesto a decidir y a decir cuál es cual, lo que a su vez significa aceptar una cierta escala de valores en la que lo real, precisamente por ser real, merece mayor atención y valoración que lo fantasioso.

Pero si todos viviésemos todo el tiempo encerrados dentro de lo que aceptamos como real, no solamente seríamos esclavos de esa realidad, sino que ni siquiera sabríamos que somos esclavos por lo que nada haríamos para liberarnos. En ese sentido, la imaginación (que, aunque diferente, se superpone con fantasía y apariencia) tiene un efecto liberador. 

Por eso, buscar la diferencia entre ilusión y realidad es, en definitiva, encontrar aquel elemento o idea que sirva de punto a apoyo para superar ambas, sin deshacerse de ninguna, sino manteniéndolas en una constante interacción dinámica de irresuelta ambigüedad. Dicho con un ejemplo: la realidad virtual no es menos real que la realidad real simplemente por ser virtual. 

Pero, asumiendo que se pueda superar la antigua dicotomía entre realidad y fantasía (y todo lo que ahora llamamos “artificial” o “virtual” nos impulsa a hacerlo), ¿qué yace más de allá de esa dicotomía? ¿Qué vive en el centro de la irresuelta ambigüedad que se presenta como tal y que no quiere ni busca ser resuelta o superada?

Quizá el tema, entonces, no sea qué es real y qué sólo parece serlo, sino qué tiene sentido y qué no lo tiene. Pero entonces entramos en un área peligrosa, pantanosa, ya que para saber si algo tiene sentido primero debemos definir el sentido del sentido, lo que nos puede llevar a una regresión infinita en la nunca encontraremos una tortuga primordial que nos sirva de base sólida.

Dicho de otro modo, todo sentido es, hasta donde podemos saberlo o imaginarlo, contextual e históricamente determinado. Las leyes que regulan el tráfico de vehículo solamente tienen sentido en un contexto de uso masivo de camiones y automóviles. De la misma manera, las leyes que en la Edad Media regulaban la entrada de caballos a las ciudades ahora carecen de sentido.

Y lo que decimos de las leyes se puede aplicar a casi actividad humana: educación, justicia, gobierno, religión. Todas esas actividades tienen sentido (o parecen tenerlo) en un cierto contexto o paradigma. Pero ¿qué pasa cuando ese paradigma desaparece y una nueva realidad emerge? 

Una respuesta obvia, y ampliamente difundida, es aferrarse al presente y al pasado como la fuente y base del sentido. Pero como Milton y Proust lo enseñaron, el paraíso y el tiempo ya están perdidos. Aferrarse a ellos es un sinsentido.  

Go Back