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La tarea de educar a los jóvenes para el futuro resulta casi imposible

Hace cien años, una oleada de reformas educativas sacudió a las escuelas de Estados Unidos y de Europa con la meta de identificar y enseñar lo que en ese momento se denominó como “habilidades esenciales” para el siglo XX. Un siglo después, y quizá sin aprender mucho de la historia, los educadores están en vano buscando las habilidades para el siglo XXI.

Como muy bien puntualiza Christopher Doyle (maestro de historia en Connecticut) en su columna en Education Week del pasado 14 de septiembre, ninguno de los reformadores de hace cien años logró anticipar con certeza las habilidades necesarias para el siglo XX. Por eso, es posible que ninguno de los reformadores actuales logre hacerlo para el siglo XXI.

Por ejemplo, dice Doyle, los reformistas educativos en 1911 no tuvieron en cuenta el psicoanálisis desarrollado por Freud, ni la nueva física propuesta por Einstein, ni los cambios políticos no violentos liderados por Gandhi, ni las tendencias artísticas representadas por Picasso, a pesar de que Freud, Einstein, Gandhi y Picasso ya estaban desarrollando sus obras.

Los reformistas no anticiparon la necesidad de enseñar conocimientos radicalmente nuevos simplemente porque jamás tuvieron contacto con aquellas personas que impulsaban esos cambios. Cien años después, según Doyle, los reformistas actuales tampoco hablan con inventores y pensadores, sino como empresarios y políticos.

Pero mientras los inventores y los pensadores quieren transformar la realidad, los políticos y los empresarios prefieren que esa realidad no cambie, precisamente para poder continuar con sus tareas políticas o empresariales.

Por eso, cuando los educadores preguntan a los políticos y empresarios qué se debe enseñar, el resultado es una “reforma” educativa que se implementa paradójicamente para que nada cambie. Pero, en un nuevo vericueto paradójico, las cosas cambian y generalmente lo hacen de una manera que ni los reformadores educativos ni los futuristas pueden anticipar.

El tema de educar a nuestros jóvenes para lo que queda del siglo XXI es, o debería ser, de sumo interés para la comunidad hispana, ya que casi la mitad de los hispanos en Estados Unidos tiene menos de 18 años.

Lamentablemente, muchos de esos niños y jóvenes no reciben la educación que necesitan y que se merecen, en gran parte porque quienes toman las decisiones sobre qué educación ofrecer a los hispanos toman esas decisiones sin consultar a las personas apropiadas y, de hecho, sin delegar esa responsabilidad en las personas apropiadas.

Anticipar el futuro es prácticamente imposible. Las mejores mentes educativas de 1911 no pudieron anticipar el uso de computadoras, la globalización, la exploración interplanetaria y otros elementos comunes en el 2011.

Si al desconocimiento del futuro se agrega el desconocimiento del presente, ya que en muchos casos los educadores ignoran quiénes son y cómo son los hispanos, la educación se vuelve doblemente problemática, porque ni cumple una función inmediata ni prepara para el futuro.

No sabemos qué desafíos enfrentarán nuestros hijos en el futuro. Pero una cosa es cierta: ya no debemos dejar su educación en manos de aquellos que ni siquiera los conocen.

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