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La verdadera historia de Robin, una exitosa pediatra con hambre

Francisco Miraval

Recientemente conocí a Robin (su apellido no importa), una exitosa médica pediatra de poco más de 30 años, casada, con dos hijos pequeños y residente en Denver. Su vida representa todo lo que uno puede esperar de una joven profesional con deseos de alcanzar una sólida posición económica y social y, de hecho, eso es exactamente lo que Robin hizo.

Al conversar, Robin me contó lo alegre que se sentía por tener una casa grande, un título universitario y un trabajo de tiempo completo y muy bien remunerado que le permitía a ella ya  su familia disfrutar de un muy buen nivel de vida. Pero un día, inesperadamente, todo cambió para ella y su familia.

A pesar de su juventud, y sin aviso previo, Robin sufrió hace poco tiempo un derrame cerebral y, aunque ya se recuperó, ya no puede volver a ejercer como pediatra. Y las cuentas médicas fueron tan altas que no pudieron pagarse ni con el seguro de salud, ni vendiendo la casa, ni con los dos trabajos de su esposo.

Robin y su familia se encontraron, sin quererlo ni desearlo ni anticiparlo, desamparados y con hambre. El trabajo estable, el buen salario y la casa grande se esfumaron. Y los ingresos ya no alcanzaban a cubrir todos los gastos, por lo que comprar comida en cantidad y calidad suficiente se volvió primero algo secundario y luego algo imposible.

Robin me explicó que los únicos alimentos a los que ella y su familia tenían acceso eran los que ellos mismos cultivaban en un pequeño jardín hogareño y los que recibían en un banco de comida. Hasta que un día recibieron los cupones (estampillas) de comida y después de varios meses pudieron ir a un supermercado a comprar comida.

Según Robin, la cajera los vio tan alegres al hacer las compras que le preguntó a Robin si la familia estaba celebrando algo, quizá un cumpleaños. Robin le respondió que la celebración, incluyendo las sonrisas de sus dos hijos, se debía simplemente al hecho que ellos podían comprar comida.

Mientras aguarda estabilizar su situación económica, Robin se decidió a tomar fotografías de la lucha que ella ahora enfrenta todos los días en contra del hambre y de la inseguridad alimenticia. En una de sus fotografías se ve a la pequeña hija de Robin comiendo una zanahoria. La imagen se llama “Es mejor que golosinas”. En otra fotografía, se ven las manos del esposo de Robin con las verduras de su jardín hogareño ya secas al principio del invierno.

Robin hizo aún algo más y llevó esas fotografías al vestíbulo del Capitolio estatal en Denver para que los legisladores locales conozcan su caso y el de otras 840.000 personas en Colorado (el 17 por ciento de la población estatal) que padecen de hambre y de inseguridad alimenticia. A nivel nacional, 52 millones de personas tienen hambre.

Robin enfatizó que el hambre es real y no discrimina: le puede pasar a cualquiera sin importar la edad, el trabajo o los estudios.

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