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Los niños también tienen historias y lecciones para compartir

Mi pregunta para la Dra. Elizabeth Conde-Frazier fue sencilla: ¿Qué revela de una sociedad la manera en que esa sociedad trata a los niños? Su respuesta fue contundente: “La humanidad de una sociedad se mide por la calidad de vida de los niños”.

La Dra. Conde-Frazier es la decana del Colegio Esperanza en la Universidad Eastern en Pennsylvania y miembro de la Asociación para la Educación Teológica de Hispanos (AETH).  Ella es conocida por sus estudios y escritos sobre espiritualidad, teología, temas sociales y multiculturalismo.

Su nuevo libro se titula “Escuchemos a los niños. Conversaciones con familias inmigrantes” (Judson Press). Por eso mi pregunta inicial.

Según Conde-Frazier, “la habilidad de proveer un contexto humanamente adecuado para el desarrollo saludable de los niños revela mucho sobre los valores de una cultura”.

“Cuando se trata a los niños afectados por el tema de la inmigración como si esos niños no fuesen personas y sin tener en consideración su futuro desarrollo como personas o su dignidad humana, se muestra cuánto se han erosionado nuestros valores por los derechos humanos”, agregó.

En su libro, presentado en inglés y en español en un solo volumen, Conde-Frazier presenta el análisis de las entrevistas con padres separados de sus hijos por el proceso de inmigración, sea porque los niños se quedaron en sus países de origen o porque los padres debieron regresar a esos países, voluntariamente o no.

Conde-Frazier no escribió un libro sobre inmigración sino sobre uno de los grupos olvidados, silenciados y pocas veces escuchados durante el debate o los operativos de inmigración: los niños.

El capítulo 7 detalla las consecuencias psicológicas, emocionales y espirituales que una redada pueda tener en los niños, que muchas veces, por su edad, aún no entienden conceptos como “fronteras” o “documentación”.

Pero incluso los niños de familias inmigrantes con su documentación en orden pueden experimentar severos problemas de desarrollo académico y adaptación social por la vida marginalizada que en muchas ocasiones se ven obligados a llevar.

Y las comunidades de fe, que deberían en esas circunstancias practicar lo que predican, están notoriamente ausentes (con muy destacadas excepciones) del proceso de ayuda a las familias inmigrantes y a los niños de esas familias.

“La inocencia de los niños requiere que se debata el tema de la inmigración desde el punto de vista de los derechos humanos. Pero estamos tan inmersos en la complejidad y la controversia de este tema que quienes pagan el precio más alto son los más vulnerables, es decir, los niños”, me dijo la Dra. Conde-Frazier.

Y estoy de acuerdo con ella. Y estoy seguro que ella estaría de acuerdo conmigo en que si se reemplaza “inmigración” en el párrafo anterior por  cualquier otro tema (salud, trabajo, vivienda, educación) el resultado sería el mismo: los inocentes pagan el precio más alto.

Para Conde-Frazier, las historias de esos niños “tendrían que ayudarnos a volver a un lugar de integridad, creatividad y compromiso”. Escuchemos a los niños, agrego yo, antes de que ellos ya no quieran escucharnos a nosotros.

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