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Me comienza a molestar la idea de una vida inconclusa

Como parte de mi tarea periodística, entrevisto con frecuencia a personas que han hecho algo extraordinario o destacable.

Por ejemplo, recientemente hablé con una antropóloga que afirma haber resuelto el misterio de por qué las madres indígenas de Bolivia pueden tener hijos normalmente en la altura mientras las madres de otros grupos étnicos no lo pueden hacer.

También entrevisté a una investigadora brasileña que ha desarrollado una tecnología para fuentes alternativas de energía tan buena que esa tecnología, ya en uso en América Latina, se vende Estados Unidos y a Europa. Es decir, la tecnología fluye ahora de sur a norte, en un cambio de dirección muy importante.

Y para esta semana debo entrevistar a una artista que pertenece a una familia que hace siete generaciones crea cuadros y pinturas religiosas en Colorado y al director de una escuela pública al norte de Denver (en donde la mayoría de los estudiantes son latinos hispanoparlantes de familias carenciadas) que logró que el ciento por ciento de sus alumnos se gradúe y sean aceptados en distintas universidades.

No me molesta en absoluto escribir esas historias. De hecho, prefiero compartir ese tipo de historias antes de otro tipo de noticias, más trágicas o con un contenido menos agradable y más preocupante.

Pero debo confesar que me molesta ver que todas las personas que he enumerado arriba, y muchas otras que puedo ver en los medios, son más jóvenes que yo (en algunos casos, mucho más jóvenes) y han alcanzado logros que yo no puedo ni siquiera intentar lograr.

Por eso, me empieza a pesar, en mi mente y en mis emociones, la idea de que muchos de mis sueños nunca se realizarán y que, a pesar de mis esfuerzos, estudios y dedicación, muchos de mis “grandes proyectos” quedarán inconclusos.

Claramente, otros logran en menos años cosas que yo no he podido lograr, pero no lo tomo como una cuestión de edad, sino como un desafío e invitación a repensar las prioridades de mi vida y la fuente y el origen de lo que le da sentido a mi vida.

Creo que existen dos razones que pueden en parte explicar por qué me comienza a pesar la idea de una vida inconclusa. En primer lugar, una de las ideas básicas de la sociedad tecno-científica en la que vivimos es que todas aquellas ideas que provienen de una época anterior a los actuales avances científicos no tienen relevancia en el mundo actual, a menos que sean convalidadas por la ciencia.

Sin embargo, las ideas filosóficas y religiosas que guían mi vida son más antiguas que la ciencia moderna, como lo son muchas de las tradiciones culturales y familiares.

En segundo lugar, vivimos en una coyuntura de la historia en la que se está gestando un nuevo proyecto de país (en Estados Unidos) y un nuevo mundo, donde los paradigmas antiguos rápidamente se vuelven obsoletos.

¿Será ese mi destino y el de otros como yo, o encontraremos de alguna manera la salida de este laberinto existencial?

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