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No soy yo: es un antiguo virus en mi cerebro

Francisco Miraval

En algún momento cuando tuve la oportunidad de enseñar filosofía, con frecuencia les pedí a mis estudiantes que me dijesen lo que habían hecho el día anterior, y luego dos días antes y así sucesivamente hasta que llegábamos a un “día” en el que nadie en la clase recordaba lo que había hecho.

El ejercicio ayudaba a demostrar la conexión entre memoria e identidad personal. Como es obvio, cada uno de nosotros decimos que somos nosotros porque asumimos que nuestros recuerdos son parte de nuestra vida. Pero tarde o temprano llegamos a una “laguna” en nuestros recuerdos, que, si la tomamos seriamente, nos lleva a dudar de nuestra propia identidad.

Pero ahora se suma un nuevo elemento a esas dudas sobre si realmente somos quienes decimos o creemos que somos. Según un estudio publicado en enero pasado en la revista especializada Cell (Célula), nuestra memoria, nuestros recuerdos a largo plazo se forman gracias a que en algún momento hace cientos de millones de años un virus infectó el cerebro de nuestros antepasados.

Y ese virus (o su sucesor) sirve ahora como la plataforma que usan las neuronas para comunicarse unas con otras y, como consecuencia, para formar los recuerdos.

Entonces, todo lo que yo creo que soy, lo que recuerdo de mi pasado, e incluso lo que recuerdo de mis expectativas del futuro, se reduce a que hace unos 400 millones de años los antepasados del retrovirus VIH infectaron a un mamífero que, gracias a esa infección, desarrolló las proteínas Arc que son la base de las operaciones neuroquímicas de los cerebros humanos actuales.

Entonces, ya no soy yo, sino una infección virósica del pasado remoto en animales extintos lo que me da mi identidad. Sin esa infección, dicen los investigadores, nuestro cerebro carecería de la plasticidad necesaria para formar recuerdos a largo plazo.

En otras palabras, las proteínas Arc sin las cuales no hay recuerdos “se parecen mucho” a aquellos retrovirus del pasado: así como los virus dispersan su material genético de una célula a la otra, las proteínas Arc encapsulan su ácido ribonucleico (ARN) y lo transfieren de una neurona a otra.

Dicho de otro modo (esto lo agrego yo), no estoy recordando mi pasado, ni padeciendo de una especie de infección en la que ciertas proteínas juegan con mis neuronas, todo sin que “yo” lo sepa, quizá porque no hay en definitiva ningún “yo” para saberlo.

No sé si sentirme enojado por este nuevo golpe de la ciencia a mi humanidad, o si sentirme aliviado. De hecho, no importa cómo me sienta porque ya no sé si soy yo el que siente enojo o alivio, o si algún otro virus (o sus descendientes) hasta ahora ocultos siguen jugando con mi cerebro.

A la vez, ¿de qué me sirve saber que mis recuerdos se basan en una infección cerebral ocurrida a cientos de millones de años? Quizá sólo sirva para pensar que aún quedan otros misterios a explorar hasta llegar un día a descubrir algún quiénes realmente somos.

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