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No tengo ningún secreto ni siento falso orgullo

No tengo ningún secreto ni siento falso orgulloFrancisco MiravalHace cuatro años, cuando mi hija fue aceptada para estudiar en una prestigiosa universidad privada, aprendí que mencionar el nombre de esa universidad significaba, en muchos casos, el final de la conversación con la otra persona. Y también aprendí a esperar siempre las mismas preguntas y reacciones.Cuatro años después, cuando mi hija se acaba de graduar de esa universidad, la situación no ha cambiado y las personas siguen preguntándome cuál fue o es mi “secreto” y quieren saber “cuán orgulloso” me siento.Lamento desilusionar a esas personas, pero en realidad no tengo ningún secreto de qué se debe hacer para que un hijo sea aceptado en una prestigiosa universidad. Si tuviese tal “secreto” ya lo hubiese compartido y, por lo tanto, dejaría de ser un secreto. Además, no hay ningún “secreto” que sea tal. Simplemente hemos trabajado duro para proveerles a nuestros hijos las oportunidades que creíamos necesarias, para darles los recursos que ellos pedían o necesitaban para su desarrollo, y para defenderlos de aquellas personas (e incluso de ellos mismos) en esos momentos en los que creían o suponían que nada iban a lograr. El “secreto” (que no es tal) fue dejar que nuestros hijos explorasen distintas opciones (a veces con mayor éxito que otras) y que tanto ellos como nosotros nos tomásemos tanto la educación formal (lo que se aprende en la escuela) como la informal (lo que se aprende en la casa) con la debida seriedad, pero sin llegar a la solemnidad. En otras palabras, hicimos exactamente lo mismo que tantos otros padres hacen todos los días por sus propios hijos: luchar incesantemente para que ellos tengan un futuro mejor. Debo confesar que no sé por qué, en nuestro caso, el resultado fue diferente al de las otras familias que se merecen (quizá mucho más que nosotros) que sus hijos también asistan a una prestigiosa universidad.Y eso me lleva al segundo punto: no me siento “orgulloso”, no por lo menos en el sentido de tener algo con que vanagloriarme porque otros no lo tienen. Me siento, eso sí, muy agradecido a Dios (o al universo, para ser espinosiano por un momento). Para decirlo de otra manera, me siento bendecido.Creo que hablar de “orgullo” implica de cierta manera asumir que uno ha logrado algo, pero en este caso, yo no he logrado nada. Si alguien debe sentirse orgullosa es mi hija, por haber pasado largas horas de dedicación y empeño dedicadas a sus estudios (pero sin descuidar ni si familia, ni sus amigos, ni sus principios.) No, no me siento orgulloso. De hecho, creo que mi sentimiento es más de asombro que de orgullo. Es sentir que los milagros y las cosas buenas aún pueden suceder, aunque haya que trabajar mucho para lograrlas y aunque vengan empaquetadas en desafíos y problemas. Por eso, no tengo ni secretos ni orgullo para compartir, sino un inmenso deseo de que muchos, muchos otros, en el lugar, el momento y las circunstancias que sean, también disfruten de grandes bendiciones.

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