Menu
header photo

Project Vision 21

Transforming lives, renewing minds, cocreating the future

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.

Nos hemos separados de todo y de todos, hasta de nosotros mismos

Recientemente aprendí que, en Bali, Indonesia, los nombres de las personas incluyen ocho componentes que, para quien los entienda, revelan numerosos detalles sobre la familia y la historia del portador de ese nombre. Nosotros, mientras tanto, tenemos sólo un nombre y un apellido y, en muchos casos, nuestra identidad se reduce a un número.

En el capítulo 10 de su interesante libro Cuentos de una Nómada, Rita Golden Gelman relata su llegada a Bali y el encuentro con un hombre quien, tras darle su nombre, le explicó cada uno de los componentes: si es hombre o mujer, a qué nivel social pertenece, dónde nació, cuántos hermanos tiene, qué significan su nombre y apellido, y de qué aldea y provincia proviene. 

En el caso específico de la persona con quien se encontró Golden Gelman, el nombre indica que es un hombre de clase alta nacido en un palacio y con cuatro hermanos mayores, su nombre propio significa Caracol del Gran Palacio, y los otros elementos son la aldea y la ciudad en donde vive su familia.

De esa manera, el nombre de esa persona queda conectado con un contexto social, cultural, histórico y geográfico que, para el entendedor, permite conocer mucho de la persona al solamente conocer su nombre. Dicho de otro modo, el nombre es mucho más que sólo una etiqueta de identificación. 

Mientras tanto, en nuestro caso, los nombres prácticamente han desaparecido y han sido reemplazados por números, mayormente el documento de identidad y la licencia de conducir, pero también el pasaporte y la tarjeta de crédito. E incluso si alguien nos pregunta el nombre, la identificación no queda completa sino hasta verificar los números mencionados.

Esto significa que nos hemos separado, alienado, de nuestra sociedad, cultura, geografía e historia. Estamos desconectados de nosotros mismos y, al ser sólo números, dejamos de ser personas para ser sólo cálculos. 

Y eso que hacemos con las personas, también lo hacemos con las ciudades. El 4 de septiembre de 1781, un grupo de españoles fundó El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río Porciúncula.

El nombre indicaba que el lugar ya no era un mero asentamiento, sino un pueblo (es decir, planificado y con autoridades), que se dedicaba el nuevo pueblo a la Virgen María en su caracterización como “Reina de los Ángeles” y que el nombre era en homenaje a la Iglesia Santa María de los Ángeles en Assisi (Italia central), ubicada junto al río Portiuncula (en italiano). 

Con el correr del tiempo, esa ciudad se llamó simplemente “Los Ángeles”, sin referencia ni a la Virgen María, a Assisi (de donde provenían algunos de los fundadores) ni al río Porciúncula. Y ahora ya ni los ángeles quedan y la ciudad se conoce sólo como “L.A.” De trece palabras, sólo quedan dos letras y nada de la historia. 


Cuando nos desconectamos de nosotros mismos, también nos desconectamos de los otros, de la naturaleza y, en definitiva, del universo. Esa alienación nos lleva al olvido de nuestro propio ser.  

Go Back