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Si no conocemos el presente, ¿cómo nos animamos a anticipar el futuro?

Recientemente participé de una reunión en Denver en la que casi 200 personas se congregaron para escuchar varias presentaciones desde distintas perspectivas sobre el tema del fin del mundo. Siempre me asombra escuchar a aquellos que con absoluta firmeza afirman conocer lo que va a suceder. Pero si ni siquiera conocemos el presente, ¿cómo nos atrevemos a anticipar el futuro?

¿Qué significa eso de no conocer el presente? Según un reciente estudio publicado por la Universidad Dalhousie, en Canadá, a pesar de varios siglos de esfuerzos por parte de la ciencia moderna, solamente se ha catalogado el 15 por ciento de las especies vivas de nuestro planeta.

Según el Dr. Boris Worm, del departamento de biología de la mencionada universidad y coautor del estudio, las únicas especies que se han descubierto y catalogado han sido aquellas “fáciles de encontrar” y “relativamente grandes”.

Worm y sus colegas analizaron la ecología del planeta para determinar cuántas especies podrían potencialmente vivir en la tierra y, usando complejos cálculos estadísticos, concluyeron que en la tierra viven 8,7 millones de especies. (Otros científicos ubican ese número entre los 3 millones y los 100 millones.) La ciencia conoce 1,2 millones  de esas especies.

Sea como fuere, solamente conocemos un pequeño porcentaje de los seres vivos con quienes compartimos el planeta. Por eso, Worm anticipó que en los próximos años descubriremos “quién más vive con nosotros” en la tierra.

Por lo tanto, si casi ni sabemos con quién compartimos el destino de vivir en esta roca cósmica casi perdida en un remoto lugar de la galaxia, ¿cómo entonces nos animamos, o hay quien se anima, a vaticinar el futuro?

Es cierto que no siempre es necesario conocer todos los detalles del presente para anticipar el futuro. Por ejemplo, si veo que un edificio se está incendiando, no necesito saber cómo se inició el fuego para anticipar que si ese fuego no se apaga el edificio será consumido.

De la misma manera, viviendo en un ciclo en el que todo termina, desde los dinosaurios hasta el Imperio Romano hasta la vida de cada uno de nosotros, es lícito anticipar que un día también nuestro ciclo, tanto a nivel personal como nacional y planetario, algún día terminará.

Pero de allí a afirmar que existe una secuencia predeterminada de eventos que llevarán al fin del mundo, y que esa secuencia es conocida y cognoscible, me parece un acto de arrogancia intelectual casi cercano a la falta de ética.

Aún peor, cuánto más nos obsesionamos por el futuro (no por construirlo, sino por anticiparlo), más descuidamos el presente.  El hecho que sepamos que un edificio va a ser consumido por las llamas debería motivarnos a rescatar gente, no a decidir que ese futuro estaba predeterminado y que nada podemos hacer.

Parte de la aventura y angustia de ser humano es precisamente nunca estar seguros de lo que nos espera en el futuro. Mientras jugamos a ciertos juegos intelectuales tratando de armar un futuro imaginario, eludimos nuestra responsabilidad hacia un angustiante presente

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