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Ya es hora de salir del encierro de la “cámara del eco”

Francisco Miraval

Si compro un libro en línea, casi inmediatamente llegan avisos para invitarme a comprar libros similares. Jamás he visto, sin embargo, un aviso que me invite a comprar un libro con un punto de vista totalmente distinto. Y lo mismo sucede en las redes sociales, donde los algoritmos sólo me dejan ver aquello con lo que yo estoy de acuerdo.

En otras palabras, vivo digitalmente encerrado dentro de una “cámara del eco”, donde todo lo que leo, escucho o miro sólo confirma lo que yo ya sé o yo ya sabía, sin jamás desafiarlo, sin jamás impulsarme a analizar mis propios prejuicios, mis propios límites, mis propias “verdades”.

Y si, por algún error o cálculo equivocado, aparece un mensaje con alguna postura diametralmente opuesta a la mía, entonces puedo borrar al mensaje de mi vista y a quien lo envió de mi vida, sin que la otra persona jamás se entere de mi acción y, aún peor, crea o asuma que yo estoy recibiendo sus mensajes.

De esa manera, día tras día sigo adentrándome en las profundidades de la cámara del eco, que se presenta cada vez más como una caverna platónica invertida, ya que, en vez de llegar allí como prisionero, llego voluntariamente y voluntariamente me pongo las cadenas de mis ideas preconcebidas, limitando así mi visión del mundo a lo que retumbe dentro de esa caverna.

No siempre fui así. Hubo una época en la que con gusto leí todo aquello que expresaba o exponía ideas distintas a las mías. Y con gusto hablaba cuando podía con aquellos que impulsaban esas ideas. No era para refutarlos ni “corregirlos”. Mi intención era el diálogo, no la apologética.

De hecho, esa fue una de las razones que me llevó a estudiar humanidades, con la meta y el deseo (egoísta, lo confieso) de entender al otro y a las ideas de los otros como una forma de llegar a entenderme a mí mismo y a mis propias ideas. Y una y otra vez que “mis” ideas tenían poco de mías y yo sólo me había transformado en un repetidor de ideas de otros.

Pensé que el paso de los años me iba a permitir mantener una mente amplia y abierta, sin creerme el dueño de la verdad ni tampoco creer que yo tengo la verdad alquilada. Aún espero que esa deseada apertura mental sea una realidad en mi vida, o que pronto llegue a serlo.

Pero me siento cada vez más encerrado dentro de “mis” ideas, a las que escucho repetirse en un incesante eco generado por paredes invisibles de una realidad que parece filtrar toda disonancia. Y la intolerancia de toda disonancia hace que el otro ya no merezca ser escuchado, sino solamente silenciado en el sentido de ya no tenerlo como “amigo”.

Y entonces, la inmensa cueva de mis propias ideas se reduce más y más hasta quedarme solo, encerrado dentro de un intolerable solipsismo del que no se ve salida alguna y superbamente engañado por mis propias ideas.

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