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Ya es imposible recordar tantas contraseñas

Francisco Miraval

Según un informe recientemente difundido por un neurólogo argentino (ver “Contraseñas” en Clarin.com, 3 de noviembre del 2012), la mayoría de las personas sólo puede recordar con comodidad hasta cuatro contraseñas o palabras clave para ingresar a ciertos de Internet. Sin embargo, de acuerdo con la misma fuente, de promedio usamos 15 contraseñas.

La situación, por lo menos para quien escribe esta columna, resulta cada vez más abrumadora, no solamente por el hecho de que hay que recordar todas esas contraseñas, sino porque además no se las puede repetir en distintas páginas (o no conviene hacerlo) y, como si ese fuera poco, uno se ve obligado a cambiarlas obligatoriamente cada cierto tiempo.

En una de las universidades donde trabajo, las contraseñas duran solamente unas pocas semanas, es decir, lo que dura el semestre. Y la nueva contraseña no puede ser ni siquiera similar a ninguna de las tres contraseñas anteriores. Y, como el cambio no sucede automáticamente en todos los servicios de la universidad, la contraseña se debe ingresar manualmente en cada uno de esos servicios.

Por haberlo olvidado, estuve casi un mes sin recibir correos electrónicos en la casilla de la universidad. Afortunadamente, también los recibo los mensajes de la universidad en mi casilla personal, así que no perdí información, no por lo menos esta vez. Pero podría haber sucedido.

No solamente la cantidad de contraseñas es cada vez mayor y, por lo tanto, imposible de recordar, sino que esas contraseñas son cada vez más complicadas, con una mezcla de letras en mayúsculas y minúsculas, números y caracteres especiales que carece de sentido. Creo que sería más fácil estudiar y entender los jeroglíficos egipcios.

Aún peor, algunos sitios no permiten que uno cree la contraseña, sino que lo hacen automáticamente. Y generalmente es tan complicada que uno ni siquiera intenta recordarla. De hecho, uno de los sitios al que estoy suscrito usa una contraseña tan larga que simplemente digo que me olvidé la contraseña (lo cual es verdad) para que me envíen una nueva.

Y como si todo eso fuese poco, cuando uno finalmente logra ingresar al sitio al que quería entrar, todavía debe responder a tan personales sobre temas que uno ya se olvidó (¿Cuál era la marca y modelo de su primer carro?) o que uno nunca experimentó (¿Cuáles eran los colores del uniforme del equipo de futbol americano de su universidad?)

Obviamente, no estoy promoviendo la abolición de sistemas de seguridad para proteger información o recursos financieros. Lo que me preocupa es el efecto que esa situación tiene en la mente y en la conducta de las personas.

Por ejemplo, conozca a una persona que tiene varias cuentas activas en Facebook simplemente porque cuando se olvida la contraseña para entrar a su cuenta abre otra. Y lo mismo hace con las cuentas de su correo electrónico.

El “efecto Google” (no hace falta memorizar lo que se puede buscar) ya es bien conocido (ver la nota antes mencionada). ¿A qué nos llevará el “efecto contraseña”? Ya veremos.

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