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¿Ciudadanía y derechos para robots, pero no para humanos?

Francisco Miraval

Un reciente reporte indica que durante una conferencia internacional sobre inversiones en Arabia Saudita el gobierno de ese país le concedió la ciudadanía a Sophia, una robot inteligente creada en Hong Kong y conocida por sus controversiales declaraciones sobre la humanidad. La pregunta es, entonces, por qué los robots consiguen derechos que a muchos humanos no se les concede.

Debo decir que no tengo nada en contra de Sophia. De hecho, no la conozco y jamás he hablado directamente en con ella, como sí lo han hecho los varios centenares de personas recientemente reunidas en Arabia Saudita. Y tampoco tengo nada en contra de Pepper, el robot inteligente que se desempeña como sacerdote en funerales en Japón.

Obviamente, Sophia y Pepper distan mucho de estar solos. A ellos se les sumó la semana pasada (entre tantos otros) Ryan, una robot empática e inteligente creada por expertos de la Universidad de Denver, en Colorado. Ryan se enfocará en ayudar a ancianos con Alzheimer o demencia y se anticipa que en los próximos años hasta un millón de robots similares estarían en funciones.

Y tampoco me olvido de que crece continuamente el número de personas dedicadas a enseñarles a los robots inteligentes cómo interactuar apropiadamente con los seres humanos, una tarea difícil y sin resultados positivos garantizados, si los episodios de Viaje a las Estrellas sirven de ejemplo.

Sea como fuere, cada vez hay más robots, cada vez son más inteligentes y cada vez reciben reconocimientos y recursos a los que la gran mayoría de los seres humanos no tenemos y difícilmente jamás tengamos acceso. ¿Qué significa todo esto?

Significa que sin dudas estamos entrando en una era para que lo que no hay precedentes históricos exactamente iguales, ya que por primera vez nos toca darles derechos y libertades antes sólo reservadas para los humanos a entidades no humanas.

Y si hoy le damos esos derechos a los robots, seguramente la lista se ampliará en poco tiempo e incluirá otras entidades no humanas. De hecho, hace sólo pocas semanas se presentó una demanda judicial en Denver para que se reconozca al río Colorado como una persona, con todos los derechos asociados con ese reconocimiento, como el de contar con un abogado defensor.

La paradoja es que a la vez que humanizamos a entidades no humanas intensificamos la deshumanización de millones y millones de seres humanos, a los que primero los etiquetamos como “indocumentado”, “refugiado”, “marginalizado”, “con acento al hablar”, o “sin estudios en este país” y luego prontamente los descartamos. Y eso sin nombrar al color de la piel, las creencias religiosas u otros factores frecuentemente usados para deshumanizar al “otro”.

Pero quizá la paradoja en realidad no exista, porque quizá no estemos humanizando a nadie, ni a robots ni a ríos, sino solamente compartiendo con ellos nuestra propia deshumanización que ya nos ha separado de la naturaleza, de los otros y de nosotros mismos. Y si los robots son realmente tan inteligentes como dicen ser, entonces no caerán en el engaño. 

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