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¿Cuán tolerantes podemos ser con los intolerantes?

Hace muchos años leí una historia de ciencia ficción de la que no recuerdo ni el nombre, pero que básicamente consistía en que, en un futuro tecnológico, un grupo de policías perseguía al último asesino en el planeta. Luego de acorralarlo, un policía le dispara y lo mata. Y el policía entonces exclama: “¡Yo maté al último asesino!”
 
En ese mismo momento, el policía toma consciencia de que, al haber hecho lo que hizo y al haber dicho lo que dijo, él se había convertido precisamente en aquello que el mundo quería eliminar. El era ahora el último asesino, reemplazando al delincuente al que él le había quitado la vida. Entonces, ¿qué debería hacer?

Recuerdo muy vagamente el resto de la historia, pero, sea como fuere, el policía tenía sólo unas pocas opciones: decirse a sí mismo que él estaba cumpliendo con su deber y, por lo tanto, sus acciones no eran un asesinato; entender que él había cometido un asesinato y que, por lo tanto, los policías los iban a matar a él y el ciclo se repetiría, o quitarse la vida y terminar con el ciclo. 

La historia me vino a la mente (así, fragmentaria y sin su final) al pensar hasta qué punto podemos ser tolerantes con los intolerantes sin volvernos intolerantes nosotros mismos y sin caer en el facilismo de decir que porque la intolerancia la practicamos nosotros entonces no es intolerancia. 

En un momento de la historia con tantas divisiones en cualesquiera de los ámbitos sociales uno se encuentre; en un momento en el que impera la ignorancia arrogante que, sabiéndose ignorancia, no busca el saber; en un momento en el que el diálogo se reduce a un monólogo de caprichos, ¿hasta dónde podemos ser tolerantes?

Ya conocemos en detalle los resultados de la intolerancia. Millones y millones de personas han pagado con sus vidas las batallas y guerras peleadas por intolerantes contra intolerantes, cada uno escudándose detrás de “su” verdad y “sus” derechos. Y cada uno, incluso desde posiciones totalmente contradictorias, compartiendo la misma postura de la intolerancia. 

Pero más allá de esos mega eventos históricos, ¿hasta qué punto podemos seguir siendo tolerantes en nuestra vida diaria contra los intolerantes? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que gritemos “¡He sido intolerante con el intolerante!”, sólo para descubrir que nos hemos transformado precisamente en lo que queríamos evitar. 

O, quizá, nos hemos transformado en algo peor porque hemos tomado consciencia de nuestra situación y, por lo general, surge dentro de nosotros una contradicción entre mantener una mente abierta y un corazón dispuesto y dejar de escuchar las necedades proferidas por el intolerante. Para colmo, ni siquiera sabemos cómo fingir intolerancia sin perder el control. 

Entonces, ¿qué hacer? ¿Cometer un (metafórico) “suicidio ético” y dejar de lado nuestros valores cuando nos enfrentamos con intolerante? ¿Ser intolerantes, pero decir que no lo somos porque no toleramos a los intolerantes? ¿Nada de eso? ¿Alguna otra cosa? 

No tengo respuestas, pero me gustaría tenerlas. Quizá alguien las tenga y las comparta.

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