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¿De qué se habla cuando “de eso no se puede hablar”?

Francisco Miraval

Recientemente me invitaron a hablar ante un grupo de dirigentes de uno de los temas que más acapara mi atención desde hace mucho tiempo: el futuro emergente. Y la presentación y el diálogo estuvieron bien, incluso cuando uno de los participantes expresó “De eso no se habla”.

Le pregunté, entonces, no de manera controversial, sino con auténtica curiosidad, de qué deben hablar los dirigentes si no pueden hablar del futuro. Su respuesta fue clara e inmediata: debemos hablar del trabajo y de “cosas prácticas”.

Estuve tentado a pedirles a los participantes que levantasen sus manos aquellas personas en la sala que tuviesen más de 18 años para ver si de esa manera resulta posible identificar a algún adulto en la audiencia. Y hasta pensé que los robots inteligentes no necesitan realmente ser tan inteligentes para ser más inteligentes que los humanos.

Obviamente, no dije nada de eso, y volví a preguntar, esta vez con más firmeza, de qué se puede hablar si no se puede hablar del futuro. Si, como es obvio, las cosas no están funcionando en el presente, y si el futuro ya no es continuidad del pasado, ¿por qué no se puede hablar del futuro?

Debo aclarar que yo no estaba empecinado en proseguir con el tema porque, después de todo, lo que yo pensaba compartir yo ya lo sé. Me interesó mucho más escuchar lo que los miembros de este grupo, la mayoría de ellos con títulos universitarios y años de experiencia, tenían o querían decir sobre esa tensión entre un presente imposible de entender y un futuro imposible de anticipar.

Mis deseos, sin embargo, se cumplieron sólo de manera parcial, ya que “repentinamente” varios de los participantes se “acordaron” de reuniones o citas en las que tenían que estar y otros “repentinamente” recibieron llamados telefónicos. Unos pocos se quedaron y con ellos pudimos tener una conversación sincera y productiva.

Luego, ya regresando a la casa y con más tiempo para reflexionar, entendí dos cosas. Primero, no era que los participantes del grupo no querían escucharme o no querían escuchar el tema, sino que ellos no querían escucharse a ellos mismos.

Como uno de los participantes expresó, a pesar de sus estudios, títulos y experiencia, aún así esa persona, con un alto puesto en la organización, no podía entender lo que estaba sucediendo en la comunidad y, por eso, tampoco podía responder de una manera significativa a las necesidades comunitarias.

Dicho de otro modo, al intuir que hay cierta verdad en entender que el nuevo futuro nos hace automáticamente obsoletos, en vez de escuchar esa idea, prefirieron, casi como un acto de protección natural, cerrar sus oídos, mentes y corazones al desafío de reencontrarse con ellos mismos en un nuevo futuro.

Segundo, también entendí que, si no se está trabajando en un ambiente seguro, protegido y cómodo, es difícil tomar consciencia de estar adheridos a ideas obsoletas y de la necesidad de madurar.  Y en ese proceso, yo también tomé consciencia de mis propias ideas limitantes.

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