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¿De qué sirve ser libres si nos autoesclavizamos?

Se puede entender la mitología, entre uno de muchos de sus sentidos, como una externalización de nuestra vida psicológica y de esa manera, al hacer consciente lo inconsciente, arroja luz sobre nuestras acciones diarias, mostrándolas en toda su tragedia. A veces, según creo, la mitología sólo se concreta al ser actuada, pero a nuestra manera. 

Pensemos por ejemplo en los Titanes y sus tristes castigos tras haber sido derrotados por los dioses del Olimpo. Prometeo quedó encadenado. Sísifo fue condenado llevar una inmensa roca hasta la cima de una colina, sólo para ver caer a la roca y comenzar todo otra vez al otro día. Y Atlas debió llevar sobre sus espaldas todo el peso del mundo. 

Si somos honestos, en nuestra vida diaria, en la vida real, muchos de nosotros enfrentamos situaciones similares. Como Prometeo, estamos encadenados a circunstancias que nos carcomen y de las que no podemos liberarnos. El descanso de la noche sólo sirve para enfrentar al día siguiente esas mismas circunstancias, sin que nada cambie. 

Como Sísifo, nuestro trabajo diario se vuelve inútil y sin sentido. Hacemos lo mismo día tras día. Repetimos la misma tarea tantas veces y durante tanto tiempo que ya lo hacemos sin pensar. Pero no logramos nada. No existe un verdadero descanso, sólo una corta recarga de energías para volver al mismo ciclo de inutilidad e insensatez al otro día.

Y como Atlas a veces sentimos, literal y metafóricamente, que llevamos en nuestras espaldas el peso del mundo. O por lo menos de nuestro mundo. Los problemas se acumulan. Los esfuerzos no traen resultados. Y quienes dicen que nos van a ayudar (como Hércules le dijo a Atlas) es sólo para engañarnos y al final terminamos peor.

¿Pero qué pasaría si un día, por el motivo que fuese, el ciclo se rompiese y quedásemos libres? ¿Qué pasaría si las cadenas se cayesen, si ya no hubiese que empujar piedras y si el mundo ya no estuviese sobre nuestros hombros? 

A veces me parece que nos hemos acostumbrado tanto a las cadenas y al peso de las tradiciones, los dogmas, la discriminación, los fracasos, la victimización (real o autoimpuesta) y las presiones sociales que, si alguien remueve nuestras cadenas, allí mismo nos quedamos, en el mismo lugar que antes. Es como si se abriesen las puertas de nuestra prisión, pero nosotros no salimos.

Y si la roca de Sísifo se cayese y se alejase, en vez de alegrarnos que ya no tenemos que cargarla, saldríamos corriendo tras ella, quizá hasta gritándole que se detenga. Y si alguien remueve la carga que llevamos, entonces nos buscamos otra carga, quizá más pesada, real o imaginaria, porque no podemos soportar la liviandad de la libertad. 

En el instante que la divinidad o el universo nos dicen “Ya eres libre”, en ese mismo momento, salimos a buscar cadenas para encadenarnos, rocas para empujar y mundos para cargar, negando así nuestra libertad, como si tuviésemos miedo de ser libres. De hecho, lo tenemos. Por eso nos autoesclavizamos. 

 

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