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¿Por qué mirar a la luna si podemos mirar hacia adentro?

Recientemente publiqué en una conocida red social una fotografía que yo tomé de la luna a media mañana, con un cielo azul y, por eso mismo, con la luna de ese mismo color. Poco después alguien me preguntó, de buena manera y con deseo de diálogo, por qué había que mirar a la luna. 

Mi respuesta inmediata fue que miramos a la luna como una manera de recordarnos que existen elementos tanto fuera de nuestro control como fuera de nuestro alcance. Como resulta obvio, nosotros no le dictamos a la luna que recorrido debe seguir y, con poquísimas y conocidas excepciones, los seres humanos se mantienen alejados de la luna.

A su vez, la respuesta de mi interlocutor fue inmediata: mirando hacia adentro de cada uno de nosotros también podemos encontrarnos con elementos de la realidad que no controlamos ni están totalmente a nuestro alcance. 

Le agradecí a mi interlocutor por su acertada observación y allí quedó el diálogo. Pero lo cierto que mirar hacia arriba y mirar hacia adentro es, en definitiva, un solo y único movimiento. Ya desde la antigüedad se enseñaba que “Como es arriba, así también es abajo”. O, dicho de otra manera, el ser humano es un microcosmos. 

También podría decirse que quién no se ve a sí mismo al mirar la luna, tampoco podrá ver a la luna al mirarse a sí mismo. O, en otras palabras, quien no se conecta con el cosmos tampoco podrá conectarse consigo mismo. 

Eso no es nada nuevo. Heráclito ya decía que “El camino hacia arriba y el camino hacia abajo es uno y el mismo”. Mirar a la luna, o, si se prefiere, mirar a la inmensidad del universo “fuera” de nosotros, y mirar hacia adentro, al universo “dentro” de nosotros, es, entonces, un único movimiento, un solo camino. 

Y aunque se insista en percibirlos como dos, aun así, resultan inseparables, como bien lo indicó Kant al hablar del “cielo estrellado sobre mí” junto con “la ley moral en mí”. Kant decía que la contemplación del cielo estrellado y de la ley moral llenaban su “alma” de “admiración y respeto”. 

Por eso, puede decirse que mirar a la luna (o las estrellas, o al universo) es una invitación a reencontrarse con uno mismo en el marco de una existencia universal. O, si se quiere, es transformar nuestra identidad de una identidad “personal” a una identidad (identificación) universal. 

Y mirar hacia adentro es una invitación a reencontrarse con el universo dentro de cada uno de nosotros, a tomar consciencia de la consciencia, a despertar a nuestro verdadero ser para encontrar que el ser se diluye en la nada, como explicó el siglo pasado Keiji Nishitani. 

Lamento que mi interlocutor haya considerado que mirar a la luna y mirar hacia adentro son mutuamente excluyentes cuando en realidad son un solo movimiento del alma (o del espíritu, o de la mente.) Después de todo, lo que uno “ata” en el cielo queda “atado” en la tierra, alguien enseñó hace milenios.  

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