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“No vayas allí porque puede ser muy peligroso…”

Francisco Miraval

Recientemente compartí con una persona amiga mi deseo de ir algún día a pasar unas vacaciones en una playa del Caribe y mencioné, porque nunca estuve allí y por la publicidad que se le hace, las playas de la República Dominicana. Mi amigo inmediatamente comenzó a disuadirme de ese intento debido, me dijo, a que “puede ser algo muy peligroso”.

Armado de buenos deseos, mi amigo insistió en que, con tantos lugares seguros para recorrer en Estados Unidos y específicamente en Colorado (donde vivo), poco sentido tiene ir a arriesgarse a “un país del tercer mundo” en donde uno, por ser extranjero, no goza ni de los derechos ni de la protección de la que gozamos aquí.

¿Para qué ir a un lugar que uno no conoce?, me dijo. ¿Para estar en medio de gente de una cultura distinta que lo único que quiere hacer es sacar ventaja y aprovecharse de los turistas? Mejor quedarse en el lugar que uno conoce y donde uno se siente protegido y sabe que no le sucederá  nada, me sugirió.

Empecé entonces a diseñar unas vacaciones en Colorado, donde podré disfrutar de una tranquilidad de la que aparentemente yo no podría disfrutar en las playas del Caribe.

Por eso, por ejemplo, decidí que sería bueno ir a ver el estreno de alguna película en un cine local a la medianoche. Después de todo, ¿qué puede pasar en un lugar así? Seguramente a nadie se le ocurriría entrar a un cine con armas de fuego y granadas de humo y comenzar a matar a la gente. Y seguramente eso jamás sucedería en la misma ciudad en la que vivo.

Otro día quizá pueda ir a la reunión de oración o al servicio de adoración de alguna iglesia. Estoy muy seguro que allí nada pasará. Nadie jamás se atrevería a entrar en un templo y disparar a mansalva sólo para matar a gente. Y eso, me dije, nunca sucederá en el estado en el que vivo.

O quizá, en vez de salir de paseo, puedo ir a visitar un jardín de infantes, o una escuela secundaria, o una universidad, donde jamás se ha escuchado de ningún tiroteo y donde se respeta la vida de los niños, los adolescentes y los jóvenes adultos dedicados a aprender y los maestros dedicados a enseñar. ¿Quién jamás va a entrar a un establecimiento educativo para matar?

Y si no quiero ir ni al cine, la iglesia o la escuela, quizá pueda ir a visitar una clínica de salud, no porque yo mismo necesite algún tratamiento, sino porque sé que esas clínicas siempre necesitan voluntarios. Con toda seguridad, ¿quién jamás ingresará a centro de salud en Colorado para matar gente? Eso resulta ridículamente impensable.

Obviamente, acepté con sincera amabilidad el consejo de mi amigo. Pero me quedé pensando cuán fácil resulta ver los problemas ajenos y negar los propios. Como alguien alguna vez explicó, vemos la viruta en el ojo de otro pero no vemos la viga en el ojo propio.    

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