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…ves llorar la Biblia junto a un calefón

Francisco Miraval

En su tango Cambalache de 1935, Enrique Santos Discépolo advertía de la inaudita y confusa mezcla de elementos en el cambalache (tienda de objetos usados) del siglo XX, como ver un ejemplar de la Biblia recostado contra un calefón, en el que uno y otro elemento tienen, por así decirlo, el mismo valor. Y, según Discépolo, la Biblia parecía llorar.

Esa superimposición de ver lo valioso desvalorizado y lo sin valor supervalorizado en la ventana de una tienda reapareció frente a mi vista hace pocos días durante una visita al centro de Denver en el que una imagen de la Mona Lisa estaba al mismo nivel (literalmente) y era del mismo tamaño que la imagen de una modelo promoviendo cierto tipo de ropa juvenil.

En este caso, parafraseando a Discépolo, me pareció que la Mona Lisa no solamente no se sonreía, sino que incluso quizá estaba llorando.

Imagínense la escena. En una esquina de un concurrido centro comercial se encuentran dos grande vidrieras. En una vidriera, a la derecha del observador, un cartel, con la figura de la Mona Lisa, invita a una exhibición de réplicas de obras de Da Vinci. En otro cartel, formando un ángulo recto con el anterior, se ve a una modelo (Chanel Iman) promocionado ropa para una conocida tienda.

La escena se completa con dos elementos adicionales, ya que entre uno y otro cartel hay una afiche más, sólo de relleno, mostrando imágenes de rojas golosinas. Y debajo y enfrente de la Mona Lisa y de la modelo, estratégicamente ubicados, se encuentran dos receptáculos para desperdicios.

La escena parecía decir que lo único que separa a la Mona Lisa de una modelo es golosinas apetecibles, pero sin valor nutritivo. Y que lo que ambas tienen en común, además de ser casi irreales, es estar cerca de desperdicios.

No pretendo disminuir los logros de Chanel Iman, de quien desafortunadamente no conozco nada, excepto que goza de una atractiva figura. Y no creo que su imagen haya sido puesta a propósito tan cerca de la imagen de la Mona Lisa, aunque, con las técnicas actuales de mercadeo, uno nunca puede estar seguro de nada.

Pero, sea como fuere, no pude más que detenerme a pensar en esa extraña mezcla de lo valioso y lo sin valor, de lo permanente y de lo efímero, de lo centenario y de lo momentáneo, de lo profundo y de lo superficial. Y debo confesar que, tras pensarlo un poco, ya no pude distinguir entre uno y otro.

Quiero aclarar que no pretendo ser tan sofisticado como para enfocarme sólo en temas o en cosas “importantes”, ni me molesta que atractivas modelos muestren discretamente sus atributos como parte de una campaña publicitaria.

Pero ciertamente no se puede evitar el pensar en qué significará que la Mosa Lisa mire de reojo, sonriendo y casi llorando, a una modelo supermaquillada y apenas vestida. Quizá lo más real de esa escena, por ser lo único a lo que jamás tendré acceso, eran aquellas rojas golosinas

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