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Al proyectar nuestra inacción al mundo contribuimos a empequeñecer al mundo

Recientemente aprendí, al leer un libro escrito por James Mallon, que la consecuencia de la inacción no es solamente permitir que un problema se agrave o que una situación adversa se agudice. Y tampoco es la pérdida de bienes, dinero, oportunidades o salud. La peor consecuencia de la inacción es algo mucho más profundo. 

Según Mallon (y estamos de acuerdo) es aceptar con impotencia el mundo externo tal como es y, a la vez, separar nuestra realidad interior de esa realidad exterior. Dicho de otro modo, cuando proyectamos al mundo nuestra impotencia, contribuimos a que el mundo compartido en el que vivimos sea cada vez más pequeño y, de hecho, más caótico. 

Pero, si somos honestos con nosotros mismos (una rareza en nuestros tiempos), debemos admitir que todos nosotros proyectamos nuestros conflictos internos en el mundo exterior, asumiendo que el problema está “ahí afuera” y no dentro de nosotros y, sobre esa base, decidimos no hacer nada, creyendo que nada podemos o debemos hacer. 

Permítaseme compartir un par de ejemplos para ilustrar la situación. 

Hace pocos días, una persona me contó que dos niños pequeños que él conoce encontraron en el piso al salir de la escuela una fotografía, claramente ya arruinada. 

Para divertirse, dibujaron bigotes y líneas sobre el rostro del hombre que aparecía en la imagen, un hombre que ellos no reconocieron. Y luego, para aumentar la diversión, dejaron la fotografía en un árbol alejado de la escuela, pero visible para otros estudiantes. 

Al día siguiente, al regresar a su salón de clases, ambos niños fueron llevados ante el director de la escuela, a quien debieron escuchar durante largos minutos mientras el director los acusaba de haberle faltado el respeto a un exmaestro del establecimiento. Por esa falta de respeto, los niños fueron sancionados. 

Obviamente, los niños no sabían nada del exmaestro. Ellos sólo encontraron una fotografía vieja y abandonada. Y, claramente, el problema con el exmaestro lo tenía el director de la escuela, que proyectó sus problemas y se los adjudicó a los niños. La incapacidad del director de actuar según la situación, es decir, su inacción, acrecentó la negatividad de la situación.

Y yo personalmente conozco el caso de una niña 11 años en una escuela cerca de Denver que fue arrestada por policías, esposada y llevada a un patrullero luego de que una maestra llamase a la policía para denunciar a la niña por “destrucción” de un objeto dentro de la escuela. 

La único que la niña había hecho era apoyar su mano en el escritorio de la maestra y, al hacerlo, quebrar una barra de chocolate que la maestra tenía en ese lugar. Nuevamente, la incapacidad de la maestra de actuar apropiadamente la llevó a proyectar sus problemas y su impotencia sobre una niña claramente inocente. 

Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no es necesario. Queda claro que nuestra incapacidad de desaferrarnos de nuestra incapacidad nos lleva a proyectar una caótica inacción hacia el mundo, fomentando la negatividad por sobre la cocreación y la coevolución.  

 

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