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Antigua leyenda griega sigue afectándonos en nuestra época post-moderna

La reciente celebración en Estados Unidos del Día de los Caídos por la Patria (Memorial Day, en inglés) me llevó a pensar en todos aquellos que, desde hace más de dos siglos, entregaron sus vidas para que hoy nosotros podamos vivir en un país con libertad.

Pero también me llevó a pensar en la necesidad de resguardar esa libertad para que “libertad” no se transforme sólo en una ilusión, como cuando en algún país sudamericano la dictadura militar afirmaba que no había dictadura sino solamente una “democracia protegida”.

Obviamente, no estamos yendo en esa dirección política, pero creo que a nivel social existe una creciente presión para que, precisamente en el país del individualismo, cada uno de nosotros nos conformemos a normas y parámetros preestablecidos, al mejor estilo de la mítica historia de  Procrusto, quien en la Grecia antigua medía a todas las personas según la medida de su cama, y estiraba o les cortaba los pies a sus desafortunadas víctimas para adaptarlas a su medida preestablecida.

Nuestra época post-moderna, ya des-culturizada, sin un anclaje histórico y perdida en su obsesión por la cornucopia del consumismo, también ha creado su propia Cama de Procrusto, con métodos quizá no tan violentos como los de la leyenda griega, pero no por eso menos trágicos en sus consecuencias.

Por ejemplo, recientemente recibí una carta de la compañía con la que tengo mi seguro de salud diciéndome que esa compañía había revisado los parámetros de salud y que mi altura, mi peso y mi edad ya no eran los de una persona saludable, por lo que mi cuota mensual aumentaría.

Quiero ser enfático que mi salud no cambió. De hecho, según mi médico personal, tengo la mejor salud de los últimos cinco años, gracias a un cambio drástico en mi dieta y a realizar un poco de ejercicio.

Lo que cambió fueron los parámetros usados por la compañía de seguros, que me comparan con la altura y el peso “ideal” de un joven anglosajón de 25 años. Pero yo ni tengo 25 años ni soy (ni nunca fui) anglosajón, por lo cual la comparación es tan ridícula (y atormentadora) como la Cama de Procrusto.

El banco con el que tengo la tarjeta de crédito me informó que me redujeron el límite del crédito, a pesar de siempre pagar a tiempo y más del mínimo, y que, como ahora debido a esa reducción que ellos hicieron el porcentaje de mi deuda era mayor, entonces me incrementaban los intereses de mi tarjeta.

Mi deuda no aumentó, sino que sólo cambió el parámetro con el que se la mide, dándole al banco la oportunidad de quitarme más dinero. Procrusto se sentiría orgulloso y hasta envidioso de ver lo que hacen sus distantes discípulos.

El individualismo, fundamento de la libertad de este país, ha dado paso a una masa amorfa, irresistible y omnipresente, que todo lo quiere moldear a su imagen y semejanza, sin respetar ningún tipo de diferencias. ¿Se puede ser libre cuando las diferencias se castigan?

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