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Cada vez faltan menos piezas para completar el rompecabezas

Uno de los errores más comunes de nuestro razonamiento es asumir que la pieza de conocimiento que tenemos equivale a todo el conocimiento disponible. Es decir, generalizamos y universalizamos nuestras limitaciones y, como consecuencia, no las vemos, ni tampoco vemos que otras piezas, distintas a las que ya teníamos, se siguen agregando al rompecabezas.

Pero cuantas más piezas se agregan al rompecabezas, más clara se va haciendo la figura final, aunque falten detalles y precisiones. Y más difícil resulta aferrarse a esa única pieza que tenemos y que antes, erróneamente, creíamos que era la única que existía. 

Dicho menos metafóricamente, el nuevo presente y el inminente futuro resultan incompatibles con nuestras creencias y vivencias del pasado. 

¿A qué me refiero? A que al conectar las piezas hasta ahora dispersas y ubicarlas una junto a la otra la imagen es clara: el humano artificial y quizá inmortal está a punto de llegar. Quizá sea lo mejor que le pueda pasar a la humanidad. O quizá sea lo peor. O quizá lo mejor y lo peor sean inseparables. 

¿Cuáles son las piezas del rompecabezas que apuntan en esa dirección? Entre otros elementos, los reportes científicos describiendo nuevos descubrimientos y desarrollos como piel sintética más sensible que la piel humana, músculos artificiales más fuertes y veloces que los humanos, o sensores de luz y movimiento con mayor capacidad de percepción que sus equivalentes en los humanos.

Pero esos reportes y anuncios nunca aparecen juntos. Nunca presentan la imagen final, sino que cada uno aporta por separado lo que, en conjunto, claramente se ve como la aparición de una humanidad transhumana y quizá transbiológica, posiblemente híbrida.

Por eso, también siguen progresando los estudios sobre la conectividad entre el cerebro humano y la inteligencia artificial, a la vez que la misma inteligencia artificial acelera su propio crecimiento, tanto abarcando sectores cada vez más amplios de la vida planetaria como incluso creando sus propias leyes y lenguaje. 

Al unir todas las piezas del rompecabezas hasta ahora disponibles (seguramente existen otras que todavía no han dado a conocer), ese ejercicio mental de conectar entre sí las piezas se facilita al asumir que la conexión se basa en la formación tecnocientífica de una humanidad artificial, transhumana. 

Y se puede asumir que esa nueva humanidad no tardará mucho en llegar, convirtiendo en obsoleta y anticuada la humanidad actual, siendo la nueva humanidad tan distante y distinta de nosotros como nosotros lo somos de nuestros más remotos antepasados. 

Pero entonces surge otro rompecabezas, con todavía menos piezas que el de la creación de una humanidad artificial. Y es el rompecabezas que trata de explicar por qué nosotros, los humanos, estamos empeñados en crear seres transhumanos. ¿Estamos respondiendo a un llamado cósmico a progresar en la escala universal o es sólo otra muestra de nuestra perenne ineptitud? 

La búsqueda de la inmortalidad y de la trascendencia es tan antigua como la humanidad misma y tan actual como el sol de cada mañana. Pero parece que el rompecabezas está cerca de completarse. 

 

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