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Colchones desechados: ¿tendencia o advertencia?

Francisco Miraval

Recientemente, en un parque a pocas cuadras de mi casa, aparecieron una mañana dos colchones desechados. Alguien, seguramente ayudado por las sombras de la noche, allí los arrojó y hasta el momento de escribir estas líneas los colchones todavía están allí. Me pregunto si ese acto de arrojar basura privada en un lugar público será un síntoma, una tendencia o una advertencia.

Si es un síntoma, ¿será entonces una indicación más del creciente desmoronamiento de la civilidad que lleva a pasarle a otros la basura nuestra de todos los días? Si es una tendencia, ¿veré próximamente más desperdicios acumulase junto y sobre los colchones? Si es una advertencia, ¿serán esos colchones el punto de partida de una nueva época?

Obviamente, no estoy hablando de arrojar un pedazo de papel o la colilla de un cigarrillo a la calle, aunque tampoco estoy de acuerdo con esas conductas. Estoy hablando del acto deliberado (y anónimo) de dejar desechos propios a la vista de todos sin preocuparse de otra cosa que de satisfacer la urgencia interna de deshacerse de esos objetos, sea como fuere.

Y antes de que se me diga que es una exageración creer que dos colchones desechados son un atentado contra la sociedad, añado que al día siguiente de que aparecieran los colchones, aunque en otra calle y algunos kilómetros de distancia, alguien tiró en otro parque varios muebles de plástico. Y aún en otro lugar poco después apareció un mueble de metal junto a la calle.

Aunque parezca mentira, en el área al este de Denver donde resido no es común ver residuos de gran tamaño en la calle, por lo que se necesita una explicación,

Alguien me dijo, y con bastante razón, que la recuperación económica después de la última recesión ha permitido que la gente salga a comprar objetos como muebles y colchones, pero que, por haber más demanda para llevar los objetos usados hasta el basurero municipal, el costo de esos servicios se ha quintuplicado, por lo que las personas prefieren dejar los objetos viejos en cualquier lugar.

En otras palabras, la bonanza económica que lleva a comprar cosas nuevas también lleva a crear espontáneos basureros populares en los que, si alguien no interviene pronto, seguirán acumulándose más y más desperdicios.

En el gran contexto de los grandes problemas del mundo, desde la interminable lucha en el Medio Oriente hasta la incesante crisis en África y la inconmensurable corrupción en América Latina, un colchón más o un mueble menos en un espacio público parece y es un problema insignificante. Pero el pensamiento detrás de ese acto quizá no sea tan insignificante.

Arrojar en cualquier lugar y sólo por conveniencia propia desperdicios que uno generó es un acto altamente egoísta en el que el perpetrador parece asumir que todos a su alrededor están allí sólo para servirle o para enfrentar las consecuencias de no hacerlo. Y esa actitud de desprecio hacia el otro y hacia los derechos del otro, al extenderse, carcomerá la estructura de la sociedad. 

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