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Continuamente nos condicionan para no pensar

La semana pasada, como parte de mis trabajos de consultoría, me tocó traducir el manual del empleado para una importante empresa del este del país. Aunque he leído y usado numerosos manuales similares (mi compañía tiene uno propio, por ejemplo), este manual me llamó poderosamente la atención por la gran cantidad de detalles que incluía.

 

Desde la primera hasta la última página, este manual enumeraba las conductas aceptables e inaceptables de los empleados y las consecuencias de no cumplir con las normas y  políticas establecidas por la empresa. Pero lo hacía con tantos detalles que parecía que ya nada quedaba librado al azar.

 

Capítulo tras capítulo se informaba a los empleados de cómo vestirse, por dónde circular dentro de las instalaciones de la empresa, con quién  hablar y con quién no hablar, qué cláse de información se podía compartir y cuándo, qué hacer y qué no hacer con las herramientas y los elementos de trabajo provistos por la empresa, y qué hacer en caso de accidentes.

 

Sobre ese tema, el manual incluía detalles que, por lo minuciosos, casi llegaban a ser ridículos. Por ejemplo, el manual dice que, en caso de accidente, el empleado debe evaluar la gravedad de la situación para determinar si es algo que se puede solucionar por medio de un botiquín de primeros auxilios o si se necesita llamar a los paramédicos.

 

Creo que si un adulto trabajador y supuestamente educado no puede distinguir por sí mismo entre un accidente leve y un accidente serio, entonces probablemente tampoco pueda pensar por sí mismo, ni lo vaya a hacer porque lo lea en el manual del empleado.

 

Me llamó también la atención la gran cantidad de detalles que este manual provee sobre cuál debe ser la conducta de los empleados fuera de las intalaciones de la empresa y fuera del horario de trabajo, así como las severas consecuencias de la inconducta fuera del trabajo.

 

Me pregunté cuál sería el nombre que se le debería dar a una persona a quien se le dice qué hacer en cada momento del día y a la que se le controla todos los aspectos de su vida, al punto que se la instruye para que no piense ni tome decisiones por sí misma.

 

La respuesta es obvia. A esas personas se las llama “esclavos”, en el sentido que la palabra “esclavo” tenía entre los griegos antiguos, es decir, una persona a quien se la educaba para cumplir con ciertos trabajos, pero que no tenía el privilegio de hacer decisiones sobre su propia vida.

 

Esas personas, filosofaba Aristóteles, tenían “zoe” (vida biológica) pero no “bios” (vida estricamente humana). Y por estar siempre llenas de trabajo, por no tener nunca tiempo libre, por negar el ocio (es decir, por los “neg-ocios”), no podían dedicarse a pensar por cuenta propia.

 

Por no pensar, no sabían que eran esclavos y hasta se creían libres, no haciendo nada para liberarse. Ahora, más de 2.500 años después, hasta escribimos manuales para perpetuar esa situación.

 

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