Menu
header photo

Project Vision 21

Transforming lives, renewing minds, cocreating the future

Blog Search

Blog Archive

Comments

There are currently no blog comments.

Cuanto más conectados estamos, más fragmentados y separados nos volvemos

La gran paradoja de nuestra época es que cuanto más conectados estamos por medio de todas las tecnologías ahora disponibles para nosotros, más fragmentados estamos en nuestro interior y, de hecho, más separados estamos de los otros, de la naturaleza, del universo e incluso de nosotros mismos.

Se ha dicho y con razón que la pregunta ya no es “¿Quién soy?”, sino “¿Cuántos soy?”, porque nuestro “yo” (que en realidad ni siquiera existe) ya no es uno, sino muchos. Y esos muchos, en una especie de neurosis potenciada, son tantos que ya ni siquiera llegamos a conocerlos a todos. Y nada los une, excepto que “nosotros” nos encontramos cada día con cada uno de ellos.

¿Soy el que soy en el trabajo? ¿O soy el que está con su familia? ¿O soy el que soy cuando estoy solo y nadie ve lo que hago? ¿Soy el que va a los servicios religiosos cada semana o soy el que mira apasionadamente deportes? Quizá yo no soy ninguno de ellos, como tampoco soy el que publica mensajes en las redes sociales.

La tragedia, lo lamentable, es que ahora que puedo ver en directo lo que sucede en remotos países y puedo participar de inesperadas y profundas experiencias educativa al otro lado del mundo (recientemente, por ejemplo, participé de un seminario en línea con una profesora alemana enseñando desde Egipto), no puedo comunicarme conmigo mismo.

Esa “conexión con todos” es, así, engañosa, porque es una conexión que desconecta, que fragmenta, que divide y que, en definitiva, separa. Es una conexión que, por obligarme a ponerme una máscara (la de empleado, o de religioso, o de amigo, o de lo que fuere) me impide mantener un contacto genuino y auténtico y me lleva a olvidarme de mí mismo.

Obviamente, ni estoy en contra de la tecnología (aunque siento desagrado por lo que se ve y publica en las redes sociales), ni me disgusta la posibilidad de “conectarme” con el mundo. 

Pero esa conexión es tan ficticia que la persona al otro lado de la pantalla durante una videoconferencia quiere hacerme creer que está en las montañas o en el espacio, cuando en realidad simplemente está en su oficina. En otras palabras, para poder comunicarnos, hasta debemos ocultar dónde realmente estamos. 

Y donde estamos es separados de la naturaleza (la consideramos “recursos naturales”), separados de los otros (no hay “otros” en una cultura hiperindividualista y narcisista), y de nosotros mismos (somos el producto de una cultura y de una historia en la que nunca pensamos y actuamos según cómo nos manipule el mercado al que, voluntariamente o no, contribuimos).

Aunque tenemos más acceso a información y más rápido que en ningún otro momento de la historia, no por eso somos más sabios. Y aunque podemos acceder directa o indirectamente a las mentes más brillantes de la historia, ya no pensamos, sino que meramente calculamos. De esa manera, el futuro se cierra y caemos en la peor adicción de todas: nos volvemos adictos a nosotros mismos. 

 

 

Go Back