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El cierre del gobierno refleja (lamentablemente) el cierre de las mentes

Francisco Miraval

En Estados Unidos, todos hablan del cierre parcial del gobierno federal, que comenzó hace casi un mes. Pero pocos, muy pocos, hablan del cierre total de la mente estadounidense, que comenzó hace décadas, como bien lo anticipó en su momento el filósofo Allan Bloom. 

Aunque sin estar de acuerdo en todo (o incluso en gran parte) de lo que Bloom dijo en 1987 en su conocido libro El Cierre de la Mente Estadounidense, estamos de acuerdo (por nuestra propia experiencia en docencia universitaria) que muchos carecen de “puntos de referencia” para desarrollar un pensamiento crítico o incluso para entender los eventos actuales. 

O, como ya lo había dicho Goethe (que aquí parafraseamos), quien no conoce 3000 años de historia sólo deambula por el mundo sin saber exactamente lo que sucede. 

Para Bloom, ese “no saber”, ese “viajar por el mundo sin pensar críticamente”, lleva a una vida de “nihilismo al estilo estadounidense”, es decir, vivir “con opiniones fuertes y fanáticas”, y, por eso mismo, sin pensar. 

En su novela Adulterio (de 2012), Paulo Coelho le hace decir a la protagonista casi al principio del libro: “Me duermo pensando. Quizá tengo realmente un serio problema”. Cuando el pensar, tal cual magistralmente lo retrata Coelho, se percibe como “un serio problema”, entonces no quedan dudas que vivimos en nihilismo, al que Bloom califica de “deshumanizante”.

En definitiva (y sin hacer política, sino un superficial y efímero intento de filosofía), analizar qué se cierra (el gobierno, por ejemplo) debería llevarnos más allá de la coyuntura a pensar qué se cerró, qué se ocultó, qué se olvidó antes para que el cierre actual haya tenido lugar. 

Porque aquello que se cerró, se ocultó y se olvidó antes permanecerá cerrado, oculto y olvidado, aunque el gobierno se reabra, como especie permanente e invisible nube de olvido, como vapor subiendo del Leteo, preparando el próximo cierre, y el siguiente, y el otro después de ese, hasta que ya todo quede cerrado, oculto y olvidado. 

Entonces, ya no podrá hablarse de cierre o de ocultamiento o de olvido alguno, porque olvidarse significa recordar que nos olvidamos de algo, ocultar implica la posibilidad de descubrir, y cerrar quiere decir que existe la opción de abrir. Pero si no sabemos ni recordamos quienes somos o quienes alguna vez fuimos, y ya nadie nos recuerda, el cierre puede ser permanente. 

En la antigüedad, los egipcios, cuando querían arruinarle la vida eterna a alguna persona (ellos creían en la vida después de la muerte), los egipcios borraban los nombres y los rostros de los fallecidos de los monumentos erigidos a esas personas, para que nadie los recordase y, en definitiva, para que ellos mismos perdiesen la memoria de su propia identidad. 

En nuestra época sucede algo similar, pero esa pérdida de la memoria y de la identidad es autoimpuesta, como lo explica el filósofo Byung-Chul Han. Nos vemos en el espejo, pero no sabemos quiénes somos ni como nos llamamos. Algo importante se cerró hace décadas y ya lo hemos olvidado. 

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