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El necesario arte de saber hacerse a un lado a tiempo

Francisco Miraval

Recientemente una señora me preguntó qué podía hacer ella para ayudar a su hijo adolescente. Le pregunté cuál era el problema de su hijo y me dijo que el muchacho estaba estudiando física y biología a nivel universitario así como varios idiomas y que estaba trabajando para ahorrar dinero y luego salir viaje. Mi respuesta fue inmediata: Hágase a un lado.

Digamos que la señora no recibió con agrado mi propuesta, por lo que inmediatamente respondió, cono si no me resultase obvio: ¡Pero yo soy su madre! Lo que quizá no le resultó obvio a ella es que uno de los más difíciles elementos de ser padre o madre es saber hacerse a un lado en el momento oportuno. Y a veces esa es la mejor manera de ayudar (y de ayudarnos).

No estoy hablando de hacerse a un lado como una manera de desligarnos de las responsabilidades que nos competen ni tampoco para dejar sola y sin apoyo a la otra persona. Tampoco debe entenderse el “hacerse a un lado” como una actitud derrotista o una confesión de impotencia o de inferioridad.

Hacerse a un lado, como alguna vez lo definió Aldous Huxley (en This I Believe, por Edward Murrow) consiste en “hacer algo para que la historia futura sea menos trágica y menos irónica que la historia pasada y presente”. Y ese “algo” que Huxley pide hacer consiste a su vez en no interferir con lo que está sucediendo solamente porque no lo entendemos o controlamos.

Eso es lo que le pasaba a la señora que mencionamos antes. Para ella, su hijo debía esperar a llegar a la universidad para tomar clases universitarias y luego (o a la vez) buscar trabajo y casarse. Cualquier desviación de ese plan que ella tenía para él requeriría la intervención de la madre para “ayudar” a su hijo a “corregirse”.

Las buenas intenciones de la señora y su amor por su hijo resultan innegables. Pero de allí a asumir que nuestras respuestas son válidas para todas las generaciones y que otros deben aceptar esas respuestas como las únicas válidas existe una gran brecha. Por el contrario, reconocer nuestro lugar en el mundo y permitirles a los otros encontrarlo requiere gran humildad.

Y eso, según Huxley, es algo que se aprende. Pero, como él dice, no es hacernos a un lado de la vida de los otros sino hacernos a un lado de nuestra propia vida, es decir, dejar de vivir de acuerdo a nuestros prejuicios y a nuestras limitadas creencias, asumiendo que se trata de “verdades universales”.  

 ¿Pero por qué tenemos que hacernos a un lado de nuestra propia vida? “Porque cuando aprendo a hacerme a un lado, la fuente divina (o luz interior) de mi vida y mi consciencia puede salir del eclipse y brillar a través de mí”, afirma Huxley.

En otras palabras, hacerse a un lado es “des-eclipsar”, es dejar que brille la luz de los otros. La paradoja es que entonces, al hacerlo, también brillará nuestra propia luz.

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