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Existen elementos humanos ante los cuales incluso los dioses resultan impotentes

Existen, sin dudas, algunos elementos propios de la humanidad contra los cuales, según parece, los dioses (quienes quieran que ellos sean) no tienen poder alguno. Dicho de otro modo, ciertas características humanas vuelven impotentes a los dioses. Veamos tres ejemplos. 

En 1801, Friedrich Schiller presentó su obra teatral La Doncella de Orleans, una versión modificada de la conocida historia de Juana de Arco. En la sexta escena del Acto IV, Talbot, uno de los personajes, exclama: “Contra la estupidez (humana), los dioses mismos, ellos mismos, luchan en vano”. 

A más de 200 años de aquella sabia afirmación, el actual proceso de infantilización de los adultos en los países “occidentales” y el constante proceso de pérdida de nuestras capacidades cognitivas (el llamado “Efecto Flynn”) confirman ampliamente la creciente estupidez humana, promulgada por la cámara de eco de las redes sociales. 

Pero Schiller va más allá de solamente puntualizar la innegable realidad de la estupidez humana y afirma que ni los dioses mismos pueden cambiar esa condición. Y tiene razón. 

Por eso, vivimos en un mundo en el que todo desacuerdo se convierte en desagrado, en el que el diálogo se transforma en debate, el escuchar es un ejercicio de cerrar los oídos a todo lo que nos invite a pensar, y la mano amiga extendida se convierte en la mano enemiga mordida. 

Como bien decía Schiller, las deidades, con toda su divinidad, nada pueden hacer contra la estupidez humana. 

Pero hay otro elemento humano contra el cual las deidades nada pueden hacer: el aburrimiento. En 1888, el último año en pleno uso de sus facultades mentales, Nietzsche escribió El Anticristo y, en la sección 48, con plena consciencia de estar parafraseando a Schiller, afirma que “contra el aburrimiento (humano) los dioses mismos luchan en vano”. 

Nietzsche no está hablando de esa sensación de fastidio por no tener nada para hacer a la vez que uno no quiere hacer nada ni está interesado en nada. Podría decirse que Nietzsche no apuntaba al hecho de no hacer nada, sino al hecho de ser nada (o de sentirse nada), por lo cual nada de lo que uno haga, tenga o logre sirve de motivación. De hecho, Adán estaba aburrido en el paraíso. 

Paradójicamente, sugiere Nietzsche, la divinidad no puede hacer nada ante el aburrimiento humano porque los humanos son una especie de diversión para la divinidad. Existe aún un tercer elemento que impide toda acción divina: la mente cerrada. 

En 1972, Isaac Asimov publicó su novela Los Dioses Mismos, en la que explícitamente cita la frase de Schiller citada arriba. En este caso, se trata de cómo salvar a la tierra en el siglo 21 de una catástrofe planetaria y galáctica, creada por la tecnología humana. 

Basta decir que el campo social de la negatividad que ahora impera en nuestro planeta nos acerca bastante a la “Gran Crisis” anticipada por Asimov. Y ni los dioses nos van a salvar de mentes, corazones y manos cerrados. La salvación, entonces, está en nosotros y nuestras intenciones.   

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