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La intimidación lingüística sigue vigente

Hace pocos días, en Nashville, Tennessee, los votantes rechazaron una propuesta para declarar al inglés como el idioma oficial de esa ciudad. A la vez, en Iowa, la legislatura local está analizando una iniciativa para anular la ley del “inglés solamente” en ese estado.

Pero, según varios analistas que entrevisté, esos dos ejemplos, lejos de ser el inicio de una tendencia positiva a favor de un mayor respeto hacia la diversidad lingüística, sólo constituyen un cambio de estrategia por parte de quienes aún insisten, debido a sus propias limitaciones e inseguridades lingüísticas, en tratar de controlar el uso de idiomas.

En Estados Unidos hay más  de 30 estados y 100 ciudades con leyes de “inglés solamente”. Para Fidel “Butch” Montoya, fundador del ministerio H.S. Power and Light, en Denver y ex vice-alcalde de esta ciudad, esas leyes, lejos de crear un ambiente propicio para la integración de nuevos inmigrantes, “perpetúan la discriminación contra esos inmigrantes y los alejan del proceso comunitario y cívico”.

“Si yo fuese un empresario, me preocuparía que se propongan leyes a favor de un solo idioma”, comentó.

Por su parte, la Dra. Mary Carol Combs, de la Universidad de Arizona, reconoció que el movimiento de “English Only” no tiene ahora el empuje que tenía en la década de 1980, cuando Combs trabajaba como directora del Proyecto English Plus de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC, en inglés).

“Pero las propuestas para restringir el uso de otros idiomas siguen sucediendo, no solamente por medio de leyes, porque hay otras maneras de restringir o ‘castigar’ a los inmigrantes”, declaró. 

Entre esas maneras alternativas figuran las leyes que dificultan el acceso a empleos o a servicios para quienes no hablan inglés y los cambios en los programas de educación bilingüe que desfavorecen a los estudiantes que aún no dominan el inglés.

Para Stan Perea, escritor, pastor y consultor en temas educativos y demográficos, el reciente rechazo a las leyes de “inglés solamente” no se debe a una apertura hacia otros idiomas sino a una razón pragmática: la economía está empeorando.

“Repentinamente la gente se da cuenta que el dinero de los inmigrantes es buen dinero y por eso quieren ahora ser amables con los mismos a quienes antes discriminaban”, aseveró.

El mismo día que escribí una historia sobre este tema, el Senador Estatal Dave Schultheis (republicano) expresó en la legislatura de Colorado su desagrado porque el Departamento de Transporte local había iniciado una campaña en español sobre el uso del cinturón de seguridad.

¿A qué se debe esa reacción? A que, por una parte, idioma, cultura e identidad son inseparables, como lo muestran la historia, la antropología y la filosofía. Pero, por otra parte, en nuestro mundo post-moderno el lenguaje se ha vuelto retórico y, por lo tanto, portador de ideologías.

Por eso debemos respetuosa pero firmemente rechazar lo que Gloria Anzaldúa aptamente llama en su libro Boderlands (1987)  las “ideologías lingüísticas” que pretenden hacernos creer a los hispanoparlantes que hablamos un “idioma bastardo” o “de menor categoría”.

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