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Lo absurdo es creer que lo absurdo no es normal

Recientemente, por cuestiones de comodidad del momento, decidí hacer el pago mensual de mi tarjeta de crédito por teléfono, y, para completar esa tarea, tuve que entrar digitalmente numerosa información personal, incluyendo número de tarjeta, fecha de nacimiento, teléfono y código postal. Pero eso fue solamente el principio.

Luego de ingresar toda la información solicitada, el sistema automáticamente me transfirió a un operador humano (o eso supongo) quien me pidió que le repitiese toda la información anterior y luego me pidió que le deletrease mi nombre completo y verificase mi correo electrónico y mi teléfono. Así lo hice y la siguiente pregunta fue explicar la razón del llamado.

Le expliqué que yo simplemente llamaba para hacer un pago de mi tarjeta de crédito. Me acordé de que tenía que hacer el pago y, por no estar cerca de una computadora, preferí llamar. El representante me pidió entonces que confirmase los últimos cuatro números de la cuenta de banco que yo iba a usar para el pago. Los confirmé y entonces me dijo:

“Lo lamento, pero no podemos completar la transacción porque no podemos verificar su identidad”. Y ese fue el fin de la conversación con esa persona, pero no el fin de diálogo interior sobre lo sucedido.

Me hubiese gustado preguntarle cómo era posible que luego de responder a todas las preguntas que me hicieron y después de que ellos mismos verificasen que las respuestas eran válidas (o eso me dijeron), aún así no pudieron determinar que yo soy yo. ¿Qué más pruebas necesitaban, que les enviase una muestra de mi ADN?

Quizá el nivel de escepticismo sobre mi identidad era tan alto para el representante de servicio al cliente de esta empresa que no se hubiese convencido de mi identidad a menos que un ser angelical con voz estruendosa se le apareciese con la buena noticia de que yo soy yo. 

Y si el ser angelical no estuviese disponible, quizá un extraterrestre descendiendo de su nave espacial podría hacer ese trabajo. 

Otra pregunta también vino a mi mente: ¿cuántas personas llaman a la compañía de tarjetas de crédito y dicen que quieren pagar mi tarjeta? ¿Y a cuántas personas (incluyéndome a mí) se les dice que esa transacción no puede completarse, ni siquiera luego de haber respondido verazmente a todas las preguntas de seguridad e identificación?

Si hay alguien que se hacer pasar por mí para pagar mis deudas me gustaría saberlo para no interferir con la noble tarea de esa persona, pero dudo mucho que alguien lo haga. De hecho, estoy seguro de que la única persona que, por teléfono o en línea, pagas mis deudas soy yo. De otra manera, no tendría esas deudas. 
Pero existe aún otro problema, en mi opinión aún más absurdo y preocupante. Antes de interrumpir la conversación, el representante de servicios al cliente me dijo que la transacción no podía realizarse “para proteger su seguridad”, es decir, mi seguridad. Pero ¿de qué me sirve “mi seguridad” si se usa en mi contra?

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