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Negarse a ver el presente equivale a cerrarse al futuro

Francisco Miraval

Con frecuencia se cuenta la historia de un grupo de empresarios estadounidenses de la industria automotriz que en algún momento de la década de 1980 viajaron a Japón para ver por sí mismos cómo hacían los japoneses para competir con los automóviles de Estados Unidos. Según se dice, los empresarios que participaron de ese viaje se sintieron engañados.

El engaño, según contaron los empresarios estadounidenses al regresar a su país, consistió en que los empresarios japoneses no los llevaron a plantas de producción de automóviles sino a otros lugares, preparados expresamente para la visita, donde sólo pretendían fabricar carros. Pero, dijeron, los verdaderos lugares de producción nunca fueron visitados.

¿Cómo sabían los empresarios estadounidenses que habían sido engañados? Porque, según explicaron, las supuestas plantas automotrices que habían visitado estaban limpias y eran mucho más silenciosas que las de Estados Unidos. Además, no había inventario y, en comparación, pocas personas trabajaban allí. Y gran parte del trabajo estaba automatizado.

Resulta obvio que los empresarios no habían sido engañados. Cuando llegaron a Japón fueron llevados a las fábricas de automóviles, pero como esas fábricas eran tan distintas a las que ellos estaban acostumbrados a ver, no pudieron reconocerlas. Y en vez de decir “Estamos viendo algo nuevo”, dijeron “Esto es un engaño y nada de esto es real”.

Por negarse al ver el presente, no pudieron ver el futuro. Los empresarios no pudieron sobrepasar sus ideas preconcebidas ni esperaban lo inesperado. Creyeron (erróneamente) que, si algo no se ajustaba a lo que ellos ya conocían, entonces debería tratarse de un engaño, de una farsa, de una ilusión. Vieron la realidad con sus propios ojos y no pudieron ni reconocerla ni aceptarla.

Y esa misma historia se sigue repitiendo en incontables vidas, mentes y corazones día tras día en la actualidad. Si la escuela, la iglesia, el lugar de trabajo, la estructura familiar, el idioma o lo que fuere no se ajustan estrictamente a lo que nosotros pensamos que deben ser, entonces, en vez de aceptar el cambio, asumimos que estamos siendo víctimas de un engaño o de una ilusión.

Aún peor, por negarnos a ver el presente, nos cerramos al futuro. Creemos que ya tenemos todas las respuestas, que nada queda por aprender y que quienes hacen algo distinto a lo que estamos acostumbrados hacen “las cosas mal” y entonces nos toca a nosotros corregirlos. Desde ese punto de vista, no se trata de volver al pasado, sino de nunca salir del pasado ni dejar que otros salgan.

Esa actitud, especialmente cuando se aplica en relaciones intergeneracionales, tiene consecuencias altamente destructivas y nocivas para todos los afectados. Y no se trata de una mera observación teórica: he visto personalmente esas consecuencias en más de una ocasión.

¿Qué produce tal encierro mental y emocional que no podemos ver el presente ni conectarnos con el futuro? El encierro surge de escuchar y entender sólo desde nosotros y desde la información previamente recibida, en vez de escuchar y entender desde la esfera de la totalidad.

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