âEsto no está sucediendoâ, me dijo con todo énfasis y lleno de confianza un amigo hace muy pocos días. âEstoâ, obviamente, se refiere a la crisis global que ahora aqueja a la humanidad. Pero lo que no resulta tan obvio es qué significa eso de âNo está sucediendoâ, porque toda la evidencia indica que la crisis, sea cual fuere su origen o propósito, es real.
Quizá intuyendo mis dudas sobre su expresión, mi amigo repitió âEsto no está sucediendoâ, como para que yo entendiese que él no había dicho âEsto no tendría que sucederâ o âEsto podría haberse evitadoâ o âNo me gusta en absoluto lo que estamos enfrentando y prefiero no pensar en esoâ.Â
Muy por el contrario, su firmeza en enfocó en proclamar algo absolutamente contrafáctico: âEsto no está sucediendoâ, a pesar de que la inevitable conclusión es que la crisis sí está ocurriendo.Â
Las expresiones contrafácticas habitualmente se expresan en forma condicional. âSi mi abuela no hubiese muerto hoy estaría vivaâ, decía mi abuela cada vez que alguien decía cualquier tontería. Pero, en ese caso o en expresiones similares, el âsiâ al inicio de la frase implica un reconocimiento de que la frase en sí, aunque va contra los hechos, lo hace intencionalmente.Â
Pero al decir âEsto no está sucediendoâ, sin ningún añadido (como âMe gustaría que esto no estuviese sucediendoâ o âNo puedo aceptar que esto esté sucediendo) no hay reconocimiento alguno de que se está expresando algo totalmente contrario a la realidad.Â
Dicho de una manera más directa: mi amigo se niega a ver la realidad. Pero, obviamente, no se lo puede acusar de nada. De hecho, el negarse a ver la realidad, a aceptar la adversidad, la tragedia o el desafío, es una clara indicación de duelo, es decir, de sentir y saber que algo ha cambiado irremediablemente y de lo que sigue ya no será continuidad de lo que era antes.
Sinceramente creo que, como mi amigo, todos estamos todavía en un momento de duelo global, de incredulidad masiva, en el que no aceptamos todavía lo que nos está pasando, porque es penoso y doloroso reconocer y aceptar nuestra fragilidad, nuestra mortalidad. No nos gusta recibir la âinconveniente noticiaâ de que somos efímeros.Â
Por eso, creemos que el monstruo desaparece cuando cerramos los ojos. O que se trata solamente de una pesadilla. O que alguien nos está ocultando algo. O que âestoâ es lo mismo que âaquello otroâ que ya pasó âhace mucho y en mi puebloâ. Pero todas esas son expresiones de negación y de duelo, sino de autoengaño.Â
Y tomar decisiones sobre una crisis y sobre el futuro basándonos en el autoengaño de creer que todo los sabemos y que todo lo podemos es precisamente lo que nos llevó a la crisis.Â
Mientras tanto, el duelo individual y colectivo continúa: hemos desperdiciado el pasado y hemos perdido también el futuro. Y ahora además sabemos que los âsalvadoresâ (política, ciencia, tecnología, dinero) ya no nos pueden salvar.Â
Una pregunta: ¿qué es âestoâ?
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