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Ni emprendedores ni aprendedores, sino tecno-avarientos

En 2003, en la tercera edición de su libro Entrepreneurship (Emprendimiento), además de hablar por primera vez de comercio electrónico, Marc Dollinger actualizó su definición de “emprendedor” para describir a la persona o grupo de personas capaces de “crear e innovar” con propósitos económicos “en condiciones de riesgo y de incertidumbre”. 

En ese contexto, “riesgo” se refiere a las variaciones de resultados o ganancias que una cierta actividad comercial puede generar. “Incertidumbre” es la diferencia entre lo que el emprendedor sabe y lo que el emprendedor debe estimar para obtener los resultados deseados. 

Dollinger actualizó su libro y sus definiciones cuando Estados Unidos aún se recuperaba de los ataques del 11 de septiembre de 2001 y cuando, tanto a nivel personal como nacional, los niveles de riesgo y de incertidumbre eran altísimos. 

Por eso, explicaba Dollinger, después de 2001, un “nuevo emprendedor” había surgido, no el que fundaba un pequeño negocio y se convertía en jefe, sino el que creaba redes de organizaciones en las que podía, o no, ser el líder. El nuevo emprendedor no se enfocaba en un oficio, sino en un negocio. Y no quería tecnología, sino innovación.

Aún más importante, el nuevo emprendedor actuaba de manera global y ya no se trataba ni solamente de hombres ni los hombres eran la mayoría entre las personas emprendedoras. 

Menos de dos décadas, tras la Gran Recesión a partir de 2008 y en medio de una pandemia global, en condiciones de riesgo y de incertidumbre que probablemente Dollinger jamás pudo imaginar, ser emprendedor se ha devaluado tanto que se ha convertido en enrolarse en un programa de multinivel por haber visto un aviso en las redes sociales. 

¿Dónde han quedado aquellas características de enfrentarse al riesgo y a las variaciones del mercado? ¿Qué pasó con la habilidad de saber lo que uno sabe y de saber lo que aún falta aprender? ¿Y por qué resulta difícil encontrar a alguien con verdadera visión global e inclusiva, es decir, con mente, corazón y manos abiertas al mundo y al futuro? 

Una posible respuesta es lo que podría denominarse la tecno-avaricia, o, dicho de otro modo, el deseo de generar “riquezas abstractas” y de manera rápida, sin trabajo, siendo “intermediario” (“afiliado”, dicen algunos) entre el creador de un producto o servicio y el consumidor. 

Riqueza sin trabajo es uno de los siete pecados capitales que enumeraba Gandhi. Y, en este caso, “sin trabajo” no equivale a “sin empleo”, sino a no asumir las responsabilidades que le compete al emprender (conocer el mercado, ver las oportunidades, desarrollar un producto) y a no asumir los riesgos de un emprendimiento, pero querer todos los resultados y ganancias. 

Ahora, en un momento crucial de la historia en la que un virus desnuda las falencias de sistema que desde hace 500 años casi no funciona y de una filosofía que hace dos milenios y medio rige el pensamiento occidental, las visiones y acciones de los verdaderos emprendedores son más urgentes que nunca. Y casi no existen. 

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