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No lugar para ellos en nuestra sociedad

Francisco Miraval

No conozco personalmente a Katie, pero sé que es una persona real que vive en Denver. Recientemente me enviaron información sobre ella y su experiencia, educación y credenciales son impecables.

Katie, todavía relativamente joven, completó su carrera universitaria (en teatro y en estudios liberales) y desde entonces acumuló más de una década de experiencia en organizaciones no lucrativas ayudando a poblaciones diversas y, simultáneamente, en servicios de atención al cliente.  Además, trabajó para una universidad privada como consejera de nuevos estudiantes.

Como si todo ello ya no fuese impresionante, Katie le dedicó varios años de trabajo voluntario a proyectos de arte y a ayudar a que exreclusos se reintegren en la sociedad.  Y ahora está completando su maestría en liderazgo organizacional.

Katie, madre de dos hijos, se define como alguien “de muchos talentos, energética, y con gran sentido del humor”. Y ha trabajado sin detenerse durante 20 años, desde que, en su adolescencia, comenzó a trabajar de mesera.

Pero todo cambió para ella hace pocas semanas cuando ella y sus hijos, por algo que describió como “mucha mala suerte”, quedaron en la calle y ella perdió su trabajo. A pesar de sus estudios y de su pasado de ayudar a otros, Katie se vio obligada a ir con sus hijos a una transitada esquina de Denver para pedir ayuda a los automovilistas que allí se detenían por la luz roja.

No fue ningún automovilista quien la ayudó, sino una estudiante de una universidad cercana que, conmovida por la escena de Katie con sus hijos en la calle, se decidió a intervenir. Fue esa estudiante quien me hizo llegar la historia que aquí comparto.

Me pregunto cómo puede ser que, en una ciudad como Denver, elegida recientemente por la revista Forbes como la mejor ciudad del país para negocios y carreras y como una de las ciudades con mejor situación económica una madre deba quedar en la calle y esperando la ayuda de extraños sin importar sus estudios o sus capacidades.

Y si eso le sucede a Katie, ¿qué no le sucede entonces a alguien con menos estudios formales, o sin un completo conocimiento del inglés, o sin sus documentos de inmigración en orden?

A Katie se le cerraron las mismas puertas que ella tanto trabajó para abrirles a otros. Su historia me recordó, claro está, a la situación de aquella otra familia hace dos milenios que también encontró las puertas cerradas cuando necesitaba ayuda y terminó durmiendo con los animales.

Aquella familia también fue desplazada sin culpa propia y fue rechazada sin importar su pasado, sus recursos o sus necesidades. Y la misma situación se repite hoy en el caso de Katie y en miles y miles de otros casos de quienes también se ven desplazados, rechazados y deshumanizados.

En el caso de Katie, la historia tiene un final feliz gracias a la intervención de la alumna universitaria que se tomó el tiempo de ayudarla. Pero no todas las historias terminan con felicidad, ni siquiera en esta época del año.

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