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No somos ni un problema ni un espectáculo

Francisco Miraval

Recientemente hablé con una persona que ocupa un alto cargo en una organización sin fines de lucro en Denver que próximamente lanzará un programa para capacitar a jóvenes hispanos (especialmente inmigrantes hispanoparlantes) en cuestiones empresariales.

Pocos minutos después de iniciar la conversación comenzaron a sonar (imaginariamente, claro) señales de alarma. Por ejemplo, aunque el programa será para hispanos, no hubo consultas con hispanos sobre el deseo de participar en el programa o sobre la necesidad de ese tipo de programa.

Tampoco se consultó con hispanos (sean nuevos inmigrantes o personas ya establecidas en el país) sobre las razones por las que los hispanos abren negocios. De hecho, la persona con la que hablé desconocía información básica sobre la comunidad hispana en general.

Por eso, no me resultó sorprendente que esa misma persona tampoco tuviese mucha información sobre temas inmigratorios, legales o educativos, ni sobre el efecto de esas problemáticas en la comunidad hispana. De hecho, se trataba de una persona que, a pesar de sus muy buenas intenciones, no sabía casi nada ni tenía contactos con los hispanos a quienes quería ayudar.

Le pregunté, entonces, por qué había aceptado el puesto y la responsabilidad de implementar un programa para un grupo prácticamente desconocido. Su respuesta me sorprendió: “Porque ustedes son un problema que nosotros tenemos que resolver”.

A partir de esa respuesta todo lo anterior tuvo sentido: si se nos ve y se nos trata como “un problema”, entonces no hace falta conocernos ni consultar con nosotros, ya que lo único que interesa es encontrar una solución (creada por “ellos”) para “resolver” el “problema” (nosotros).

Obviamente, de nada sirvió argumentar que no somos un problema, porque todo lo que dije inmediatamente se incorporó al paradigma de los inmigrantes hispanos somos un problema. De hecho, mis preguntas y mis argumentos se tomaron como una clara señal de que desconozco lo que le pasa a la comunidad y, peor aún, soy un desagradecido para con aquellos que quieren ayudar.

Está demás decir que conozco perfectamente lo que le pasa a la comunidad y que estoy profundamente agradecido a todos quienes quieran ayudar y colaborar. Pero no puedo ni debo quedarme callado cuando se trata como “un problema”. Que tengamos o enfrentemos problemas, como sucede con cualquier otro grupo de personas, es otra cosa.

Ni somos un problema ni necesitamos que personas que ni siquiera saben quienes somos vengan a “solucionarnos”.

Peor aún, pocos días después de esa reunión, la persona en cuestión se reunió con varios dirigentes hispanos locales, con quienes pidió tomarse fotografías. No se trató, debo aclarar, de documentar un evento. Por el contrario, pareció más un safari fotográfico para ver qué se podía capturar para después exhibirlo (probablemente en una carta noticiosa).

De la misma manera que no somos un problema a solucionar, tampoco somos un espectáculo a fotografiar. No somos ni trofeos. O por lo menos eso es lo que creo en mis pocos momentos de lucidez en medio del continuo bombardeo comercial de nuestra sociedad de consumo.

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