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Nos olvidamos de que nos hemos olvidado de algo muy importante

Francisco Miraval

Hace poco más de 17 siglos, el filósofo neoplatónico Plotino preguntó qué puede haber causado que las almas se olvidasen de Dios e incluso de sí mismas. Hoy, ya en el siglo 21, nosotros probablemente reformularíamos esa pregunta tratando de determinar qué nos llevó a olvidarnos de lo que sea que aceptamos como trascendente e incluso a olvidarnos de nosotros mismos.

No vamos a responder aquí a esa pregunta. De hecho, no la responderemos ni aquí ni en ningún otro lugar, ya que constituye una de las preguntas básicas de nuestra cultura, remontándose al origen mismo de la civilización occidental y perdurando casi intacta a lo largo de dos milenios y medio.

Pero Plotino tiene razón: algo pasó, o nos pasó, que nos llevó a olvidarnos de nuestro verdadero ser (sea cual fuere). Y no lo dice solamente él ni se trata de un tema sólo de la antigüedad. Por el contrario, el tema de habernos olvidado quiénes realmente somos se repite una y otra vez en la filosofía, el arte, la psicología y casi cualquier otra expresión de actividad humana.

¿De qué, entonces, nos hemos olvidado al olvidarnos de la divinidad y de nosotros mismos? Si lo supiésemos, ya lo hubiésemos recordado y ese es precisamente el problema: no solamente nos hemos olvidado de algo muy importante, sino que además nos hemos olvidado del olvido mismo. Vivimos, entonces, encerrados dentro de un olvido multiplicado por sí mismo.

Para Plotino (Enéada 5, capítulo 1), el olvido tiene consecuencias y la mayor consecuencia es ignorar quiénes somos realmente. Y esa situación a su vez causa que también ignoremos quiénes son los otros. Por eso, dice Plotino, le damos valor a cosas que no lo tienen y dejamos de discernir la realidad. Dicho de otro modo, estamos desconectados de nosotros mismos y de los otros.

Esa desconexión le sirve al Dr. Otto Scharmer, del Instituto de Tecnología de Massachussets, como punto de partida para demostrar la necesidad de construir un futuro que no sea simplemente continuidad del pasado. Según Scharmer, vivimos separados de nosotros mismos y, por eso, también vivimos separados de los otros y de la naturaleza.

Y no se trata de una separación física, sino existencial. La naturaleza se vuelve “recursos naturales”, una gran despensa de la que podemos abusar como nos plazca. Los “otros” son, como decía Sartre, el infierno. Y nosotros nos vemos a nosotros mismos como una monstruosidad, como un insecto repugnante, como decía Kafka. O zombis, para usar el vocabulario actual.

Y autodescribirnos como “zombis” no es una exageración. Según una reciente encuesta realizada por la consultora Aon Hewitt y difundida por el Foro Económico Mundial, cuatro de cada diez empleados en Estados Unidos (es decir, varios millones de personas) están tan desconectados de sus trabajos que “caminan por los corredores de las oficinas como cadáveres reanimados”, incapaces de aprender y adaptarse a una nueva realidad de constantes e impredecibles cambios.  

El olvido del olvido nos ha zombificado. ¿Volveremos alguna vez a vivir y a pensar? 

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